Los suspiros en el puente
Suspirar en el Puente de los Suspiros suena como una paradoja.
Era de noche, el viento no soplaba fuerte y con el estómago lleno, el corazón estaba contento.
Barranco es un punto referencial para el turismo en Lima. Lo recomiendan taxistas, meseros, transeúntes y otros turistas. Es así que se convierte en un punto de encuentro para personas de distintos países y para los peruanos que buscan ampliar sus horizontes.
Había escuchado el nombre de Chabuca Granda en muy pocas ocasiones de mi vida. Desconocía que fue una “reinventora” del vals peruano, famosa por su voz grave, el ritmo afroperuano de sus temas y canciones que se popularizaron hasta la actualidad, como la ‘Flor de la Canela’. Una muy conocida es ‘El puente de los suspiros’, en Barranco.
Este pintoresco destino es un combinado del ayer y hoy. Sus viviendas coloniales recuerdan esa época, en la que figuraba una arquitectura de paredes gruesas, balcones, grandes ventanales y columnas amplias en los pórticos. Pintadas de amarillo, azul, morado, con la luminosidad de los faroles, invitan a fotografiarlas.
También están las casas de paredes oscuras por el paso de los siglos, con barandales de madera y acabados bien definidos.
Frente a ellas están los edificios más modernos de Lima. Torres de 20 pisos con balconsillos de valdosa y muros de cristal: sus ocupantes pertenecen a la clase alta. Rompen de cierta manera la atmósfera de antaño.
El Puente de los Suspiros está cerca. Desde un parque de árboles de ramas gruesas apilados entre sí se observa hacia abajo el puente de madera.
Para llegar ahí se desciende por unas escaleras de ladrillo gris.
Tras el puente aguardan más escaleras, esta vez en ascenso, hacia una plaza con una amarilla de atrio colonial, una rotonda de cemento sin Bolívar ni San Martín y una atractiva biblioteca de color pastel y un reloj en la punta. La escena se pintó de un nuevo color, tanto pálido, por el pigmento de mi rostro al ver un mastín gris cerrándome el paso. Era un perro grande, musculoso, pero de mirada inocente, desentendida.
Se acercó a paso lento, zigzagueando y oliendo todo. Asustaba a los pocos caminantes, especialmente a una pareja con 4 perros pequeños.
Supe que la situación sería incontrolable y aproveché, para no presenciar el enfrentamiento canino, a correr hacia el puente. Sin planificarlo sostuve el barandal café de madera y, mirando hacia el mural de un puente vehicular, suspiré en el Puente de los Suspiros. (O)