Sarcófago al infinito
La apuesta sueca a la ciencia ficción es la película Aniara (2018) de Pella Kagerman y Hugo Lilja, basada en un poema de Harry Martinson, Premio Nobel de 1974. Tal apuesta tiene un tono oscuro que enfrenta las promesas de viajes interplanetarios que llevarían no solo a los primeros colonizadores -el primer objetivo es Marte-, sino también a turistas espaciales.
Aniara parte de la idea de que en un momento la humanidad se ha desplazado a Marte, y entre la Tierra y este planeta hay compañías que transportan pasajeros en “cruceros” espaciales dotados de todas las comodidades. Desde ya la recreación interior de tales gigantescas naves espaciales utiliza la estética de ambientes de centros comerciales, de espacios de convivencia humana y de habitaciones de hotel reconocibles hoy por hoy.
A los directores de Aniara seguramente no les fue difícil ambientar una historia de ciencia ficción empleando los recursos y los espacios interiores cotidianos de su país, todos diseñados bajo una cierta estética minimalista. Sin embargo, lo que importa de Aniara es que no se trata de cualquier viaje espacial, sino uno determinado por la tragedia: basta un mínimo tornillo, un desperdicio espacial para desviar a la nave de su curso a Marte y lanzarla a otro destino.
En la infinitud del espacio sideral el drama humano es lo esencial de la película: porque mientras la compañía promete volver a tomar la trayectoria, en el interior de la nave los pasajeros deben acostumbrarse a la idea de que están encerrados en una casa artificial que pronto será su propio sarcófago, toda vez que la nave irá, sin norte, por miles de años a alguna galaxia del más allá.
Para muchos la palabra sarcófago evoca la muerte. Esta palabra, desde ya aparece en los subtítulos que, como episodios, marcan la trama de Aniara. Cuando la vida se ha extinguido, lo que queda son los restos y la nave se la ve como una gigantesca cosa oscura próxima a estrellarse a un planeta con supuesta vida. En sentido original, sarcófago es lo que se come la carne.
¿No es acaso el sueño de poblar otro mundo también el preanuncio de que la humanidad va también a su muerte, encaramada aquella en una nave que consume su vida? Las imágenes iniciales de Aniara muestran el desastre medioambiental al que se somete la humanidad por su propia acción: la paradoja es que mientras se ha tratado de dominarla, la naturaleza nos lanza a otro destino, quizá la extinción misma. (I)