Sanguínea, dolor que desborda el lenguaje
Gabriela Ponce (Quito, 1977) es una escritora y directora teatral quiteña. Su actividad profesional desde 2010 ha estado más bien relacionada con los escenarios. A partir de 2015 ha publicado libros de cuentos y obras teatrales, y en noviembre de 2019 publicó su primera novela, Sanguínea (Severo editorial).
En la entrevista que le hizo Jéssica Zambrano Alvarado para EL TELÉGRAFO, Gabriela Ponce expone con total claridad su proyecto de escritura. En sus palabras, con Sanguínea intenta encontrar el lenguaje del dolor, uno muy específico, circunscrito a la intimidad de los afectos del ser humano.
Su experiencia teatral le permite apuntalar en Sanguínea un argumento dramático que si bien es contemporáneo y experimental en el tratamiento del lenguaje, es muy clásico en su estructura: una vida insostenible, un largo y onírico paréntesis y una dolorosa y reflexiva vuelta a la calma, de la anécdota y del lenguaje.
Unidad y tragedia son elementos que Gabriela Ponce toma del drama y que le permiten articular ese caos que es el lenguaje desbordado por el dolor, que recorre el cuerpo como otro de sus fluidos. Sanguínea es un nombre muy efectivo para esta novela, porque es una novela de fluidos. El lenguaje fluye y se desangra. Entre marido y mujer no existe el hijo. La sangre nunca cuaja ni se convierte en carne; al contrario, se desborda vertiginosamente.
Dos formas del lenguaje muy claras se suceden en el texto. La primera es esa forma sanguínea en estado puro, impetuosa y veloz, que atraviesa sus múltiples reflexiones. Este sanguíneo fluir de la conciencia resulta una herramienta eficaz para la comunicación simultánea de una experiencia corporal insatisfecha y vertiginosa, para decir la contradicción de la vida, la insatisfacción, el dolor.
Con este lenguaje, Gabriela Ponce narra la brutal colisión con la realidad de unos cuerpos educados para el amor, desde la infancia, en las habitaciones de sus abuelas, mirando telenovelas sobre las rodillas de algún primo. El vértigo que lleva a esa colisión encuentra en el fluir de conciencia el medio para conservar la tensión y la sincronía con lo narrado. El caos y la contradicción se narran, pues, con caos y contradicción.
Luego aparece la segunda forma del lenguaje, el diario. El mundo caótico y contradictorio se detiene hacia el final de la novela, cuando la narración se concentra en el relato del embarazo. A partir de este momento, el tiempo transcurre de otra manera. En el diario del embarazo el lenguaje se transforma. El tiempo que necesita el diario para escribirse detiene ese fluir equívoco y contradictorio que ha sido la vida de la protagonista hasta ahora.
Entonces, la narradora toma una distancia temporal. Selecciona lo que contará de ese fluir incesante que es el presente. Lo trabaja, lo contiene.El lenguaje se gesta en algo que por fin tendrá un cuerpo. La inmovilidad en la que se encuentra le permite algún reposo, y se convierte en un espacio que la pone, de un modo poético, en contacto con su cuerpo. Algo dentro de ella, pero que no es ella, se condensa. El hijo, el lenguaje, el yo.
Quizás lo cotidiano del asunto que trata Sanguínea le quita el aura serio de la tragedia. Y el fino humor con que su lenguaje construye este drama, de momentos muy intensos, tampoco alcanza para pensar la comedia, la farsa. Al considerar el vacío alrededor de la ausencia del hijo como uno de los abismos que separa definitivamente a la protagonista de su marido, a la luz de la sorpresa de que inmediatamente después de la ruptura cada quien va a tener uno, se podría pensar por lo menos en una ironía trágica.
Uno de los acuerdos a los que han llegado los lectores de Gabriela Ponce es que, con Sanguínea, la autora quiteña ha alcanzado un estilo personal, construido con el cuidado que la narrativa y el drama le confieren al texto literario. (O)