Punto de vista
Repensar el momento del retiro
Para que la jubilación pueda expresar algo del “júbilo” que alberga esta palabra, debería estar acompañada de condiciones que la favorezcan. Esto no depende solo de los sistemas previsionales sino también de otros incentivos, familiares y sociales.
El trabajo es una de las referencias primarias a la hora de indicar quiénes somos. Por esta razón, el trabajo define algo más que un rol: nos provee de una serie de referencias vitales entre las que se destacan el núcleo de relaciones sociales, los objetivos y expectativas de desarrollo personal y económico, el estatus y la influencia a los que podemos acceder y una cierta rutina con la que armamos nuestra cotidianeidad. Factores que indudablemente inciden sobre la autopercepción de eficacia, valor y estima personal. Retirarnos, por esto, supone una serie de cambios en la dinámica diaria, en la relación con los otros y, fundamentalmente, en la representación de nosotros mismos.
El pasaje de la vida laboral activa hacia la jubilación puede ser parte de una crisis esperable que implicará pérdidas, cambios y logros, en los que se deberá configurar una nueva lectura de sí para poder desde allí imaginar otras opciones de vida. Sin embargo, este cambio puede ser vivido más como una ruptura que no le permita al sujeto reconocerse en ese otro, “el jubilado”, al cual se lo piensa como despojado de ciertos roles y atributos personales esenciales, y donde el futuro no parece posible, ya que nada resulta digno de interés. La jubilación parece no poder anticiparse, procesarse ni elaborarse, lo que puede dar lugar a un conjunto de malestares psicológicos, al que se lo denominó jubilopatía, que incluye la depresión, la ansiedad y, en casos extremos, hasta el suicidio.
Curiosamente, cuando los socialistas del siglo XIX imaginaron la jubilación tuvieron en cuenta algunas situaciones muy concretas, como la indefensión de los trabajadores envejecidos pobres.
Pero también vislumbraron un sueño, pensar un “socialismo en la vejez”, donde la jubilación podría convertirse en un momento de la vida donde cada uno pueda tener “derecho a la pereza”, así como también donde se podría llevar a cabo el ocio creativo, hasta ese momento reservado a las clases altas. Sin embargo, ya la filósofa Simone de Beauvoir pudo ver la dificultad de disfrute del ocio en la jubilación cuando nunca fuimos preparados para ello.
Cuestión que no es intrascendente, ya que pensar en un proyecto por fuera de aquellos que la sociedad nos marca como necesarios, trabajar o tener hijos, no resulta tan fácil de llevar a cabo. Administrar nuestro tiempo, determinar qué nos gusta y, más aún, hacerlo sin mayores obligaciones que la de nuestras ganas es menos sencillo que lo que se suele creer.
El rol de jubilado justamente fue definido como un rol sin rol, lo cual abre espacio a la creatividad pero también a la desorientación. En este sentido existen diferencias de género. Las mujeres parecen adecuarse mejor al retiro e incluso esperar más ese momento. La explicación se encuentra en una cultura que le demanda a la mujer una dedicación prioritaria al hogar, incluso trabajando y con la doble tarea que ello implica, mientras que a los varones les exige logros en el espacio externo y, especialmente, en lo laboral. Esta vuelta al hogar requerirá de cambios en lo personal y en lo familiar, ya que resultará necesario volver a encontrarse en ese mundo, tan conocido y al mismo tiempo extraño.
Hoy también sabemos que ciertas condiciones de retiro favorecen el padecimiento psíquico, como por ejemplo aquellas que por diversas razones llegan antes de lo previsto de una manera compulsiva, o las que no son acompañadas por los ámbitos laborales o no promueven algún tipo de continuidad. Aunque también es importante remarcar la incidencia negativa de las privaciones económicas que pueden producir ciertos retiros, por los fuertes desfasajes entre el sueldo y el haber jubilatorio. Así como el malestar de aquellos cuyos únicos encuentros sociales dependían de su ámbito laboral, o cuya justificación vital o valoración de sí mismos provenía básicamente del trabajo. Para que la jubilación pueda expresar algo del júbilo que alberga esta palabra deberá estar acompañada de condiciones que la favorezcan. La pregunta es si este es un proceso solo personal o debería estar acompañado por la comunidad en la que se vive. Varios sistemas previsionales apuntaron a mejorar este pasaje. Los cursos prejubilatorios son otra opción por enseñar y acompañar al sujeto sobre los cambios que se producirán con la jubilación, así como conocer más las alternativas con que cuenta. Diversas investigaciones indican que la jubilación puede ser un espacio de ampliación de horizontes, de nuevas relaciones, mayor dedicación a los afectos y aumento de la creatividad. Las mujeres se adaptan mejor a la jubilación por su dedicación al hogar, como doble tarea.