Punto de vista
Refugiados, terrorismo, crimen y seguridad nacional: la solidaridad como respuesta
En muchos lugares del mundo, la violencia derivada de los conflictos violentos, los grupos extremistas y el crimen organizado se han convertido en algo normal en la vida cotidiana de muchas personas. Esta violencia se ha extendido y ha llegado, de diferentes maneras, a otros países, lo que ha llevado a un debate que opone la seguridad a la protección de derechos y a la admisión de refugiados. Sin embargo, en ninguna otra parte la inseguridad es más visible que en la vida de los 21,7 millones de refugiados, de los cuales aproximadamente la mitad son niños, que han debido dejar sus hogares, familias y amigos, a causa de estos conflictos; ellos son las primeras, y a veces múltiples, víctimas del terrorismo.
En el contexto global observamos cómo, en respuesta a los flujos de miles de refugiados, muchos países, en vez de brindar la protección que los refugiados merecen, han cerrado fronteras e impuesto restricciones de entrada, controles fronterizos excesivos u otros requisitos que se justifican en nombre de la seguridad nacional, pero que en la práctica no son efectivos para cumplir con ese objetivo.
Por el contrario, en la experiencia de más de seis décadas del Acnur, las medidas para garantizar el acceso a la seguridad y a la protección de las personas que huyen del terrorismo y buscan protección en otros países también pueden contribuir con la seguridad de los países y de las comunidades de tránsito y de acogida. Un proceso ordenado de recepción de refugiados, por ejemplo con registro biométrico y documentación adecuada, mejora la seguridad de los Estados. Al mismo tiempo, las medidas para proteger los derechos de los refugiados y de los solicitantes de asilo y evitar su devolución a países donde su vida puede estar en riesgo son un elemento esencial de la respuesta humanitaria que los Estados deben dar.
Asimismo, la inclusión de los refugiados en la vida nacional, a través del acceso al trabajo, educación y servicios sociales, previene la exclusión y marginalización que podrían llevar al desempoderamiento, a la privación de derechos y, en casos extremos, a adoptar ideologías radicales. La inclusión hace que los refugiados se conviertan en agentes de desarrollo del país que los ha acogido.
Calificar a los refugiados como amenazas a la seguridad abre la puerta a la retórica xenófoba y racista que está tan en auge en el mundo estos días y que presenta un gran desafío a la convivencia armónica y a la democracia. Esta corriente de opinión pública, que existe en todos los países del mundo, estigmatiza a las personas refugiadas, asociándolas con la delincuencia y el terrorismo, sin pensar que son ellas las primeras en sufrir en carne propia y huir precisamente de estos flagelos.
Estas caracterizaciones no responden a la realidad y al estigmatizar a grupos enteros disminuyen las oportunidades de integración y de autosuficiencia económica, y ponen en riesgo el futuro de familias, de niños y niñas refugiados que ya lo han perdido todo una vez. Los ejemplos de solidaridad de comunidades, individuos, escuelas, barrios, abundan y, en este sentido, Ecuador ha sido un ejemplo para el mundo en la inclusión de los desplazados. Sin embargo, todavía nos queda mucho trabajo para acabar con los estigmas que mantienen algunos sectores de la sociedad.
Frente a un discurso de odio y recelo, la solidaridad, la comprensión y el conocimiento pueden mitigar la dureza del impacto del desarraigo. Para los millones de personas que luchan por reconstruir su vida en un país que no es el suyo, la oportunidad que les ofrece una sociedad de acogida es fundamental para que de nuevo desarrollen su potencial y que a su vez puedan, como muchos refugiados lo han venido haciendo desde décadas, contribuir con el país que les dio refugio.
En este contexto mundial complejo y preocupante, el Estado ecuatoriano sigue siendo un país de oportunidades para la población refugiada. El mantenimiento de su política de acogida a aquellos que huyen del horror de la violencia terrorista y criminal es parte de los compromisos adquiridos internacionalmente y de los propios preceptos de la Constitución de 2008. A su vez, los esfuerzos para la inclusión progresiva de los refugiados en las políticas públicas ofrecen un ejemplo alentador ante un panorama mundial muchas veces sin esperanza.
Desde esta perspectiva, el Acnur saluda a Ecuador y mantiene su voluntad de cooperar con este país que, desde un continente marcado por la solidaridad, sigue respondiendo con humanismo, y no con muros ni con rejas, a las personas que buscan refugio.
Hoy, Día Mundial del Refugiado, los instamos a unirse a nuestra campaña #ConLosRefugiados para enviar un poderoso mensaje de inclusión y solidaridad a los gobiernos del mundo, y hacer una diferencia en la vida de las familias forzadas a huir de la guerra o la persecución. (O)