Punto de vista
“Podemos deteriorarnos con los años, pero eso no significa perder valor”
A través de todas las etapas de la vida, aunque en la adolescencia es cuando se experimenta con mayor intensidad, la persona va descubriendo y consolidando su identidad y en este proceso una autoestima saludable es fundamental. Como necesidad humana básica, el sentido de identidad, es decir, poder responder a la pregunta: ¿quién soy yo?, debe fundamentarse en una sana percepción de sí mismo.
Sin embargo, como seres sociales estamos influidos por una serie de mitos y estereotipos que pueden “enturbiarla”. Ante esta pregunta, muchas personas podrían responder basadas en sus atributos físicos, educación, carrera profesional, logros, origen étnico, convicciones sociopolíticas, pero estos factores son meras capas externas, simples adornos y “cosméticos” con los que “se engalana” el exterior (Mc Dowell, 2000), pero nuestra identidad es algo más que esto. Creer que “la apariencia lo es todo”, que “eres lo que haces” o considerar que “si no tienes poder, no eres nadie” son los peores engaños que podrían socavar tu sana autoestima.
La autoestima, o “la percepción valorativa y confiada de sí mismo, que motiva a la persona a manejarse con propiedad, manifestarse con autonomía y proyectarse satisfactoriamente en la vida”, es un proceso de todo el ciclo vital y no se detiene, es algo dinámico que tiene sus picos, fluctúa en márgenes naturales, con un promedio ponderado.
La persona adulta mayor continúa en ese proceso de consolidar su identidad y el papel que juega su autoestima en este proceso es de vital importancia. Si consideramos que la autoestima es susceptible de sufrir alteraciones, entonces, cuando la persona adulta mayor comienza a tener pérdidas, los mitos y estereotipos podrían influir en su forma de valorarse, de ahí que velar porque esta tenga una autoestima alta resulta una tarea ineludible para un gerontólogo, ya que dependiendo de que la persona adulta mayor se lleve bien consigo misma, así podrá llevarse bien con otras personas. Si una persona adulta mayor se rechaza, le parecerá que otros también la rechazan y se verán afectadas sus relaciones interpersonales.
Sin embargo, muchas personas mayores nunca han recibido amor verdadero en sus vidas, por lo que no han aprendido a amarse. La inseguridad y la autodevaluación incapacitan a estas personas para saber recibir, en ese sentido, es pertinente citar lo siguiente: “Podemos deteriorarnos por el paso de los años y por las experiencias difíciles que hemos debido afrontar, pero eso no significa que no tengamos valor...” (Meyer, 2000: 19).
Personas adultas mayores, cuya autoestima es baja, sufren estrés, son infelices y se sienten insatisfechas y desalentadas, lo que unido a un proceso de pérdidas no les permite disfrutar de una vida sana y plena a nivel integral.