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Ecuador, 22 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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Nuestro destino en las elecciones

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Estamos a pocos días de unas elecciones presidenciales históricas no sólo por las difíciles condiciones sociales y económicas, sino por el delicado momento político que definirá el rumbo del país (si alguna vez lo tuvo). Preocupa que las posiciones políticas con posibilidades estén radicalizadas y el escenario actual deja poco o ningún espacio para un debate polarizado. Así, el próximo presidente –con un mínimo de responsabilidad- deberá gestionar una agenda establecida de facto.

En este sentido, deberá consolidar el acuerdo con el FMI y otros multilaterales, a través de financiamientos sujetos al cumplimiento de metas de consolidación y sostenibilidad fiscal, reformas tributarias, laborales, de transparencia de la deuda pública, fortalecimiento de la institucionalidad, procurar mayor competitividad y supervisión del sistema financiero, expandir la protección y seguridad social con profundos cambios en el IESS y combate contra la corrupción.

Por si fuera poco, hay necesidad de concluir el acuerdo con Estados Unidos, nuestro mayor socio comercial, que dependerá de la seriedad y corrección política del nuevo gobierno; y lo propio con China, poseedora del 71% de nuestra deuda bilateral y segundo socio comercial, ya que urge renegociarla y obtener nuevos créditos, en medio de su intransigencia a cambio la venta anticipada de petróleo a precios bajos. No obstante estas complejidades, la agenda más importante será darle un norte al país. Enorme desafío que debe desarrollarse sobre una importante estrategia de pedagogía social.

Nuestro inveterado estancamiento, más allá de los efectos de la pandemia, es la inestabilidad en el enfoque de las políticas públicas que se inauguran con cada gobierno; carecemos de políticas a largo plazo que aseguren continuidad y consolidación de un plan de desarrollo sobre la base de mínimos consensos. Los cambios deben ser estructurales, no hay más tiempo que perder.

Se requieren políticas de diversificación productiva que permitan absorber la informalidad laboral, el aspecto más acuciante a resolver. La tendencia ideológica no debe desviarnos de estos objetivos de largo plazo, única forma de mantener la dolarización con disciplina fiscal, incrementos en la productividad y calidad de vida. El mayor riesgo es que se tomen el poder quiénes ya sumieron al país en la más profunda crisis económica, social y moral en la historia, con una agenda contraria a lo descrito. Si tienen posibilidades de lograrlo, es la clara manifestación del daño causado al tejido social en todos los estratos, pues los actos de corrupción se legitimaban en la propia cabeza de gobierno. Si este es el caso, no habrá regreso y sería la estocada final al país. En nuestro voto está nuestro destino.

 

 

 

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