El halo de la muerte
Neil Armstrong es para Norteamérica el símbolo del inicio de la exploración espacial. El biopic de Damien Chazelle, El primer hombre en la Luna (2018) lo vuelve a actualizar en un momento en el que la aspiración por explorar Marte se hace más patente, además de seguir profundizando más el conocimiento del espacio exterior.
Desde 1969, cuando Armstrong pisó suelo lunar, el desarrollo de la ciencia aeroespacial, las nuevas preguntas que suscitaron ver nuestro mundo y la vida desde una perspectiva distinta, produjeron que aparte de Estados Unidos, otras naciones empezaran a desarrollar programas y tecnologías que posibiliten lo que la ciencia ficción en su momento anticipaba: el ser humano en mundos extraterrestres.
El primer hombre en la Luna es ciencia ficción definida en tiempo actual. La vida de Armstrong nos recuerda que ir hacia el espacio exterior es más que una aventura: es un preciso programa que involucra ciencia, desarrollo e innovación, riesgo y tesón y, sobre todo, no dejar de soñar.
Lo aeroespacial, de este modo, es el conocimiento de los límites de uno mismo, de ir más allá de las convenciones dictadas por lo probado, de aprender de los errores y de las desgracias. Para concretar la aventura ciencia-ficcionaria es necesario, según la película, un trabajo de ingeniería exacta, es decir, de articulación de un sistema que excede las voluntades, enfatizando en lo tecnocientífico.
Si este es el primer aspecto que permea la película de Chazelle, el otro es lo humano. Más allá del viaje espacial, lo que El primer hombre en la Luna propone es ver que todo es un trabajo humano, signado por la tragedia y por la muerte. El fatalismo bordea siempre al acto humano cuando emprende una tarea de gran riesgo. En el filme, la muerte de la hija de Armstrong funciona como una alegoría que prevalece.
Chazelle representa de modo poético ese halo de la muerte: está presente como atmósfera, como acontecimiento, como un supremo peso que hace que, aún cuando el hito de Armstrong y los astronautas que le acompañaron fuera grandioso para la humanidad, se trataría del hito que implica enfrentar ese halo con dignidad y con humildad.
La imagen de Armstrong llegando a la Luna, como si fuera en realidad el mismo hábitat de la muerte, donde entrega la última huella que recuerda a su hija es, desde ya, la síntesis de tal alegoría: el hombre seguirá siendo pequeño haciendo siempre cosas grandes ante los ojos del destino. (I)