Punto de vista
Navidad, época de chigualos y tradiciones
Mientras que en las ciudades la celebración navideña comienza con la novena, los nacimientos que los barrios se elaboran en parques, esquinas y casas —evento que culmina con la bajada del Niño la noche de su nacimiento, el 24 de diciembre—, en el campo manabita la celebración de Navidad se inicia el 24 de diciembre.
Está enraizada en la tradición y las costumbres de su cultura una expresión de sincretismo maravilloso que se conoce como chigualo, que culmina el 2 de febrero, día de Nuestra Señora de La Candelaria.
El chigualo de Navidad es un canto salpicado de villancicos, versos, coplas, juegos, baile... es la celebración del pueblo montuvio que reúne a hombres y mujeres, a niños y ancianos para festejar el nacimiento del Niño Dios.
El chigualo recorre cada noche la campiña manabita acompañado del cortejo de Navidad y en cada parada es recibido por los padrinos de turno, con abundante chicha de maíz, mistela, aguardiente, dulces y comida.
Entre los rezos iniciales van surgiendo los villancicos:
“Campana sobre campana
y sobre campana, una,
asómate a la ventana
y verás al niño en su cuna...”.
Después de los rezos y villancicos viene el baile, los juegos de ronda, los versos y amorfinos.
Un baile de ingenio es el baile del sombrerito, aquí el estribillo:
“El baile del sombrerito
se baila de esta manera:
poniéndolo bajo el brazo
y dando la media vuelta.
Poniéndolo bajo el brazo
y dando la vuelta entera”.
El sombrero es el ícono de la fiesta. Simboliza el desenlace y el entronque. Es masculino y femenino al mismo tiempo en la configuración del baile, en el amorfino que se pronuncia, en el contrapunto que se espera. Al estribillo sigue un verso con doble sentido y lleno de humor que es la condición del juego. Al verso le sigue la ronda. Luego el estribillo, al que sigue otro verso en respuesta con astucia e ingenio y así continúa la ronda, en la que unos entran y otros salen.
“Dos claveles en el agua
no se pueden marchitar.
dos amores que se quieren
no se pueden olvidar”.
Hay que percibir el juego-verso como un baile entrelazado de los chigualeros; la ronda y la canción, con una alta sensibilidad para entender la creatividad de los giros románticos; el encubrimiento de la palabra, para un efecto amoroso que recrea la trama social que se configura con el chigualo como una fiesta de celebración, de encuentro, de contrapunto, de relación familiar en el marco de la Navidad y el nacimiento del Niño Jesús.
“Allá, cerca de mi casa
hay un árbol de anona;
a esta chica qué le pasa,
que se ha vuelto muy bocona”.
“Allá arriba en esa loma,
tengo un chivato amarrado;
y en las barbas se parece
al viejo que tengo a mi lado”.
El chigualo, además de ser un juego, es un ritual funerario cantado que entre los montuvios es donde “... se come y se bebe, se fuma y se enamora, se canta y se baila profanamente; y sí que en ocasiones, cuidando de ‘tapar la cara al Niño’ o sin tomarse tal cuidado, salen a relucir revólveres y puñales homicidas, y, a pocos pasos del churrigueresco altar montubio, caen mortalmente heridos algunos de los fiesteros”, dice el escritor Justino Cornejo (†).
“Adiós Niñito
la gloria te está llamando.
Adiós angelito
el cielo te está esperando”.
Los años pasan, pero el chigualo se resiste a desaparecer. En la manabita ciudad de Manta, un puerto cosmopolita del Pacífico ecuatoriano, se escucha a Sixto Robles, Fabián García y Boris Pin en el parque Las Acacias cantando villancicos, décimas, amorfinos y chigualos al pie del árbol encendido de luces y colores donde se escenifica el nacimiento... y seguirán así. (O)