La bohemia ilustrada en las principales ciudades de Ecuador, entre 1900 y 1930, significó la afirmación de una identidad compartida por poetas y artistas que, al mismo tiempo que buscaban afianzarse en su individualidad, asumían la voluntad de formar comunidades de iguales, “por el deseo de pertenecer a un grupo, una comunidad en el que encontrar un público donde ejercer su magisterio”, como explica Mónica Bernabé para el caso peruano.

Estas tendencias fueron sintomáticas en la época: si bien estos artistas e intelectuales intervinieron en el proceso de construcción de la autonomía de los campos (artes plásticas, música, teatro, danza, literatura), paradójicamente, su lugar en el entramado social resultó problemático -y lo fue a lo largo del siglo XX-, desde que los sujetos se autoimpusieron, como ética y praxis, el obstinado ideal de vincular el arte con la vida.

Entre los artistas considerados bohemios, por lo general no figuraban mujeres, no solo por su falta de visibilidad en el ámbito público, a inicios del siglo XX, sino por los prejuicios imperantes, a pesar de la paulatina liberalización de las costumbres. El escritor Pío Baroja lo explica así: “Con la vida desordenada, el hombre puede perder algo, la mujer lo pierde todo […]. La mujer es la defensora de la especie, la guardadora de la tradición familiar, y por instinto considera la vida galante como un relajamiento de lo más noble de su personalidad. Y sin vida galante no hay bohemia”.

Sin embargo, no significa que las escritoras y artistas no participaran en las tertulias con sus colegas masculinos. Todo lo contrario, había espacios de mayor privacidad, sobre todo en casas particulares, donde escritoras e intelectuales, como Aurora Estrada y Ayala -miembro distinguida del grupo Los Hermes- compartían con sus congéneres disquisiciones sobre cultura, arte y literatura en el Guayaquil de los años veinte.

En los círculos letrados de Quito también hubo presencia femenina, por ejemplo, de algunas jóvenes que participaron en el grupo del poeta modernista Arturo Borja, es el caso de las hermanas Sánchez Destruge, de origen guayaquileño. En Cuenca destacaron, por su parte, familiares y amigas del artista Cornelio Crespo Vega y de su cuñado, el fotógrafo Emanuel Honorato Vázquez. (O)