La magia de las trabajadoras sexuales en mi vida
Entre las franciscanas calles del centro de Quito me encontré con seres mágicos, determinados a reafirmar la construcción de la resiliencia. Se paran en medio de plazas e iglesias a ofrecer sus servicios, sus amores
de ratitos y sus placeres.
Casi en un acto de curiosidad imprudente, nos conocimos. Encontré allí un mundo sensualmente pagano, lleno de hechizos y ritos para poder conquistar al cliente. Fue en una noche de cantina producto de los malos amores acompañado de lágrimas y
cerveza. Y así mi alma despertó a una realidad tan diferente pero tan familiar.
Empecé a buscar similitudes entre esas vidas tan divergentes y la mía y descubrí que también eran madres solteras trabajadoras y, por su puesto, violentadas.
Sin embargo, esa fuerza que tienen para enfrentar cada día con una sonrisa me hizo reflexionar sobre mis propios complejos y mis angustias: las inhibiciones dictadas por la sociedad cuando una mujer soltera tiene un hijo. Y de pronto, me reencontré con el primer gran amor de mi vida: yo misma. Me reconcilié con mi lado más femenino, más pagano y más honesto: con mi necesidad de redescubrir que el amor está más allá de la presencia de un hombre en la vida de una mujer. Aprendí que la imagen de la virgen de Legarda es solo un ícono de la mujer asexuada que tuvo un hijo sin pecado concebido y por primera vez acepté que en mi adolescencia el pecado del deseo me dio el mayor regalo: mi hijo. Recordé las veces que dijeron que era puta por haber quedado embarazada. Mis amigas trabajadoras sexuales me enseñaron el valor de una amistad sin juzgar. Me pregunté entonces si somos tan distintas y por primera vez sentí que el deseo no es pecado ni el placer algo prohibido. Tal vez el no permitirnos el placer como una expresión de nuestra propia esencia se ha convertido en una forma de control. Y dentro de esa necesidad de ser y parecer mujeres controladas y sin deseo hemos perdido el contacto con nuestra propia capacidad de dar y recibir placer. Mis amigas trabajadoras sexuales me enseñaron algo y es que la felicidad es un derecho y que en la vida hay que andar con belleza y sensualidad para enamorarnos cada vez más de nosotras mismas y así construir una sociedad más
resiliente.
En este marco del Día de la Mujer celebremos nuestro lado más hereje, ese que nos hace más putas y dueñas de nuestras decisiones y placeres. (O)