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Ecuador, 25 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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Ángel Emilio Hidalgo, historiador

Los otros cacaoteros

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En el mundo del trabajo cacaotero siempre ha habido muchos protagonistas. Si bien los “gran cacao” históricamente descollaron por su emprendimiento, la mano de obra estuvo conformada por sembradores, peones y jornaleros que dinamizaron la cadena productiva de la “pepa de oro”.

Desde la época colonial, las relaciones de producción fueron cuasiesclavistas, alternándose entre relaciones de servidumbre y otras semicapitalistas como las de los trabajadores de las haciendas y plantaciones del Litoral ecuatoriano.

En el siglo XIX permanecieron algunas relaciones económicas precapitalistas como el concertaje y el huasipungo, que precedieron la dinámica de formación del capitalismo, proceso que se aceleró con el triunfo de la Revolución Liberal, en 1895.

El concertaje era una modalidad de trabajo que establecía la sujeción del campesino a la parcela de terreno que había recibido del hacendado, por las faenas agrícolas que realizaba el trabajador “concierto”. Esto generaba deudas interminables que muchas veces pasaban a varias generaciones.

En el campo costeño había dos clases de trabajadores cacaoteros: los sembradores y los peones. Los primeros también eran llamados “desmonteros”, pues su labor consistía en desbrozar la hierba de las matas de cacao que crecían endémicamente. Estos trabajadores se ocupaban únicamente dos veces al año (junio y diciembre) y ganaban por jornales. La mayor parte del tiempo lo pasaban libres, por lo cual, muchas veces terminaban engrosando las improvisadas milicias de caudillos locales y regionales.

Los peones, por su parte, mantenían una relación laboral con el dueño de la hacienda basada en la concesión de una parcela que debía ser cultivada. En las haciendas y plantaciones cacaoteras se generaba, por otra parte, una microeconomía de valor cerrado que giraba alrededor del consumo que hacían los peones en la expendeduría del terrateniente. Solamente allí tenían valor las monedas que el dueño de la hacienda había mandado a acuñar. Cada una de esas monedas correspondía a un jornal y en una de las caras se leía: “un día de trabajo”, mientras que en la otra constaba el nombre del patrón o “gran cacao”. 

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