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Ecuador, 23 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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Punto de vista

“Los calcos coloniales siguen vigentes en los países de nuestra América Latina”

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En la comunicación espontánea, la de confianza, como en el caso de la relación intrafamiliar o de círculos intradialogales, siempre se argumenta que optar por una función política de carácter público significa meterse en un mundo de corrupción, engaño, traición, robo, hipocresía y más ‘actividades’ que buscan los desocupados, los incompetentes, los adulones, los bufones, los solapados y de otras ‘especialidades’ con que les capacita la academia de la audacia. Este criterio un poco amorfo hay que verlo modernamente con dos aristas: la descrita que corresponde a la masa en general; y una elitista ilustrada que hace lo mismo, pero que tiene formación académica, vínculos transnacionales y está categorizada dentro de las oligarquías criollas, heredera de los círculos hegemónicos, que desde la estructuración de las repúblicas, vienen controlando los Estados, con el consiguiente respaldo de las ideologías.

Todos dicen que “se sacrifican” por los pueblos y por la patria, y hasta se hacen los difíciles cuando son propuestos para llegar al poder. Una vez en el puesto, por lo menos se repiten con una reelección. Según la experiencia, no se sabe cómo, pero las contralorías no han podido dar con los caminos por donde hay franco paso al enriquecimiento ilícito. De ellos son los paraísos de la impunidad y la amnistía. El hombre honrado terminará su vida como pobre, pero visto como tonto por quienes han confundido audacia y adulo con inteligencia.

El hombre es el lobo del hombre. Indudablemente que somos caníbales modernos. Hemos avanzado con tecnología hacia la depredación total. Conviene reflexionar cómo hemos heredado estas conductas no solo en Ecuador, sino en Latinoamérica.
“Capítulo IV. Sanguinarios, corruptos, rebeldes, locos y desmedidos”, dice el libro que motiva este comentario. En el desarrollo de los temas consta: “Sanguinarios, traidores contumaces, exagerados y desmedidos, propagadores de mentiras y creadores de leyendas.” Me he topado con una cantera de 380 páginas de José María González Ochoa, de la Universidad Complutense de Madrid, bajo el título de “Protagonistas desconocidos de la conquista de América” (2015), un enfoque que nos sirve para entender que los calcos coloniales siguen vigentes en nuestra América. El autor al calificar de “desalmados” a ciertos personajes dice que para nada justifica las épocas, puesto que sabían que el objetivo era causar dolor y amedrentar con el pánico y la anulación del otro.

Alonso de Ojeda fue un noble pero pendenciero. Vino en el segundo viaje de Colón. Las Casas dice que habría asesinado a 10.000 indígenas desplazándose siempre con la imagen de una Virgen. Con estas “virtudes” fue nombrado Gobernador de Nueva Andalucía, en el Darién colombiano. Murió en el retiro de un convento. Diego Salazar masacró sin piedad a los nativos de Puerto Rico, y sin escrúpulos, dicen que firmó con el cacique Aymamón un escrito tenido como “tratado de amistad perpetua” que no sirvió de nada, sino para emboscar indios. Gonzalo Badajoz se dice que fue realmente quien quemó los barcos de Cortez, saqueaba y mataba a quien encontraba a su paso por Panamá. Por sus “méritos” traicioneros, le nombraron Regidor de la ciudad de Panamá. Un tal Juan de Ayora, “con fama de militar duro y experimentado en las guerras de Italia”, fue encargado de ‘fundar ciudades’ aunque en realidad se dedicó al pillaje. Engañó y traicionó a sus superiores por la misma Panamá. Clandestinamente se fue a España con tremendo botín en donde dijo que “había hecho América” (Hacer América, hasta ahora significa enriquecerse ilícitamente).

El piloto de la carabela del cuarto viaje de Colón llamado Juan Bono de Quejo, se convirtió en esclavista de negros y de indios que capturaba y vendía en el Caribe. Fue uno de los primeros demagogos coyoteros “Atrapaba indios diciéndoles que los iba a conducir a donde estaban las almas de sus antepasados”. Los que se resistían eran asesinados. La lista va larga, de los que han dejado testimonio. Al poder de la Iglesia también han llegado ruines maltratadores. Un sacerdote de Quisapincha en Tungurahua, en lugar de dar bendiciones, daba patadas y trompones a sus feligreses cuando no cumplían con los diezmos en 1842, según denuncia de Andrés Pasochoa llevada a Quito contra el cura Antonio de Saá. (O)

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