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Ecuador, 27 de Noviembre de 2024
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El Telégrafo
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Luchando contra el sueño

Son las tres de la mañana, cuesta mantener los ojos abiertos. La ducha caliente me despierta y por la cabeza pasan ideas de cómo será el largo viaje hacia Albufera de Medio Mundo. Es un espacio natural al norte de Lima. Allí se desarrollan las competencias de canotaje, en la laguna formada por las filtraciones de los chacras, o cultivos de riego cuya agua se acumula a pocos kilómetros del mar, antes de desembocar en el océano Pacífico.

Para ir a ese lugar debía salir desde el hotel hacia el centro de prensa. Una ruta que en un día normal dura 40 minutos, la hice en seis, a las 03:30. En la madrugada, Lima sigue con su característica nube gris que la cubre en invierno. Sea de día o de noche, el cielo da la impresión de no cambiar.

El frío que entra por la ventana del conductor me golpea en la cara, despertándome de nuevo. Ya en el lugar, la puntualidad definitivamente no es una virtud de los latinoamericanos. El bus debía salir a las cuatro de la mañana. En el punto de encuentro anuncian que será dentro de una hora. No hay otra opción que aguardar en el interior de otro vehículo, luchando contra el sueño.

Cinco de la mañana. Momento de emprender el viaje. Llevamos pocos minutos y ya se escuchan ronquidos de un hombre que se balancea en su asiento, buscando la posición más cómoda. La ciudad sigue en oscuridad. Sin almas. Vacía.

Qué grande es Lima. Toma una hora, sin tráfico, abandonarla. Circulamos por autopistas amplias. Los camiones corren por el asfalto bajo la tenue luz amarilla del alumbrado público.

Los ojos se cierran a cada metro. El silencio es absoluto en el interior del transporte, arrullados por el exterior que nos rodea. Pareciera que entramos a esa nube gris sobre Lima porque todo es neblina. No se ve nada.

El día aclara y tan solo falta una hora más de trayecto. Estamos en el desierto. La alfombra árida y los pequeños montículos son el único paisaje para nuestra vista.

Incómodos, cansados y con el cuerpo amortiguado por los duros asientos, aparece frente a nuestras narices una imagen de calma. El mar en toda su plenitud, imponente, captando todas las miradas.

Tres horas y media desde que salimos de Lima. La albufera es como la pisada de un gigante en medio de la playa, como un oasis. El mar a un costado, el agua dulce al otro. De Cesare ha ganado. El viaje hasta acá no ha sido en vano. (O)  

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