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Ecuador, 23 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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Punto de vista

Liberando a los radicales

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Uno de los problemas del pluralismo democrático es su exigencia de contar con actores políticos y un espacio público que demande el respeto por las ideas políticas de los demás. Un liberal como Isaiah Berlin lo decía de modo notable “Se debe estar convencido de la relativa validez de las propias convicciones” y aun así, el defender nuestro punto de vista con vehemencia es lo que nos separa a civilizados de bárbaros.

Lo sorprendente de las élites latinoamericanas, que dicen saber interpretar el juego liberal, es su incapacidad para profesar lo que predican. No son los llamados al púlpito de los derechos. En sus habituales y permanentes simulacros de política se muestran al servicio de los paradigmas democrático-liberales, cuyos supuestos de libertad, de democracia, derechos humanos y crecimiento económico dicen suscribir.

No obstante, al poco andar, condenan la libertad de expresión, de pensamiento, de reunión y de asociación con toda ligereza de quienes se encuentran en abierta disputa por el control del poder político. Sorprendentemente, en nombre de los mismos universales.  

En realidad, el hecho del pluralismo también demanda la aceptación de las personas que votan por el candidato de gobierno, que sostienen un punto de vista comunitarista y republicano. Aun los mismos que sostienen un liberalismo igualitario a lo John Rawls, propugnado dentro del respeto de la diferencia y en torno a las discusiones acerca de las instituciones que constituyen la estructura básica de la sociedad política.

Por el contrario, las élites latinoamericanas tratan al adversario político como a la encarnación de Moloch, la oscuridad convertida en materia. Los despojan de la característica de lo humano y, por extensión, de lo igual. ¿Qué de humano se puede compartir con un demonio, un dragón o una gran máquina?

¿Cuál puede ser la discusión con un desvalor absoluto? La insultante bajeza, trata de ratas, sanducheros, miserables, ‘pata al suelo’ a sus compatriotas, que resultan ser la primera mayoría del Parlamento y el partido más votado en la elección presidencial. Lo descalifican como un agente carente de valor. Una clase de subespecie o subnormal que violenta y agrede. Una entidad infrahumana.

No se respeta al pluralismo, condenando las ideas políticas de los demás. No se puede hacer política desde la zoología. No se es liberal solamente por apelar al liberalismo.

El riesgo se encuentra cuando los radicales son los institucionalizados. No son agentes partisanos los que hacen el llamado al enfrentamiento físico directo, entre ecuatorianos. Es el binomio del segundo partido más votado. No han carecido de ideas o de entusiasmo: Incendiar Quito, llamar a una guerra civil, levantamiento de los militares, son iniciativas que han provenido de la misma dirigencia del partido.  

En ese escenario, los militantes radicalizados encuentran la válvula de escape a la pulsión del odio, íntimo y primitivo. Dominados como están por la irracionalidad que provoca la sensación de encontrarse combatiendo a un demonio, y no a otra idea política.

El liberalismo político de sus militantes es un rótulo sin substancia.

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