El acuerdo alcanzado en la Vigésima Primera Conferencia de las Partes (Cop21), celebrada en París, podría resultar ser un punto de inflexión histórico para revertir las tendencias actualmente insostenibles del sistema energético mundial. Para ello, sin embargo, es necesario que esta posibilidad se traduzca en una acción política rápida, radical y eficaz.

Incluso en el contexto de precios bajos de los combustibles fósiles, el apoyo político a las tecnologías de bajas emisiones debería movilizar todas las opciones disponibles para acelerar la investigación, el desarrollo, la demostración y la difusión.

Esto permitirá convertir a la reducción de las emisiones de carbono en la vía de desarrollo predilecta. Entre esas herramientas destaca el apoyo de los gobiernos a los cambios energéticos urbanos.

Este aspecto es importante, tomando en cuenta que más de la mitad de la población vive actualmente en ciudades, por lo que sus actividades producen la mayor parte de las emisiones que inciden en el cambio climático, trátese de la producción industrial, la combustión de los motores de los vehículos y otras acciones.

Si se continúa con las tendencias actuales de consumo energético urbano, se calcula que para el año 2050 el consumo de energía de las urbes equivaldrá al 66% del total a nivel planetario.

Así mismo, las emisiones de carbono derivadas del uso de energía en las ciudades (incluidas las emisiones indirectas de generación de electricidad y calor) aumentarían en un 50%.

Por otro lado, hacer realidad este potencial de desarrollo limpio y los múltiples beneficios sobre el clima que requiere implica el trabajo conjunto entre los estados nacionales y los poderes locales.

Esta colaboración permitirá descender a nivel cero las emisiones de gases de efecto invernadero en la segunda mitad de este siglo.

A su vez, esto permitirá mantener el aumento de la temperatura media mundial por debajo de los 2° C y proseguir con los esfuerzos para limitar este fenómeno a 1,5° C. (I)