La Tungurahua habla con largas tertulias internas y vapores blancos
La Tungurahua es tan antigua como una iguana, o como una libélula recién llegada de otra estrella. La Tungurahua es tan resbalosa como su lava. Ella se deslíe en forma de un helado para el deleite de los dioses niños que vamos inventándonos para sostener las efervescencias de nuestras rebeldías.
La Tungurahua es tan eterna como el humo que nos envuelve por lo menos una vez cada 100 años. Por ella viajamos por el cosmos como partículas de tiempo, como granitos de eternidad, como el azúcar impalpable que vuela en su ceniza, y que a veces cae sobre las piedras, las que acá son convertidas en pan por la magia del trabajo y de la perseverancia. La Tungurahua es tan así, desde que encendió su niñez hasta que se hizo hembra en la memoria de otros montes, y hasta llegó a ser divina y justiciera por la necesidad urgente de los hombres primeros que creyeron en ella.
Ahora, todavía sigue siendo diosa, y hasta dicen modernamente que ha pasado a ser: Nuestra Señora del Bramido, Nuestra Señora del Agua de la Fuente, la Diosa del Relámpago, la Virgen del Chorrito Cristalino, la Abuela del Rosario de las Piedras Encendidas, la Madre de las Lágrimas Caídas, Nuestra Inmaculada del Cráter, la Virgencita Azul de las Orquídeas.
Todo es tan así, como recién creado, como que aquí empezara el mundo a tomar su nuevo rumbo. Ahora la Tungurahua no quiere ser de nieve porque está edificándose y creciendo. Se ríe a carcajada y tronadura de quienes la predicen con apodos.
Le han dicho que es estromboliana porque no saben de qué modo encasillar su lava, sus tertulias internas, sus hongos pluriformes, sus vapores blancos, sus estornudos de ceniza roja, sus lenguas de cascajo gris o sus espumas de piedrecitas negras. Le han fabricado cauces de desfogue por el Bascún y por el Ulba, por las gobernaciones y hasta por unos fantasmas que se llaman COE. Pero ella se ha orinado en sus predicadores y ha fabricado sus urgencias por donde más le ha dado en gana: se le ocurrió resbalarse por La Pampa porque no estaba a gusto con pájaros de cemento entre sus faldas. Y se hizo un nuevo vestido con más pliegues, por Chontapamba, por Juibi y por Cusúa. Ahora la Tungurahua no quiere ser de nieve porque un gobierno le fabricó una nube ardiente, por decreto, para que la emergencia se hermanara con la alerta y se fabricaran medallas para quien impuso evacuación y sufrimiento de su gente.
Y la Tungurahua es así, cuando ella quiere vuelve a reírse recordando en su memoria: que salga la gente y que no vuelva hasta que Baños se haga polvo y se amontone la ceniza. Pero la gente volvió para quedarse, y luego quiso moverse creyendo en la alegría; y en cambio no les dejaban salir a refugiarse, ni a conversar con nadie, ni a practicar la libertad primaria.
Las balas, el ejército, los muertos, los necios sin saber de qué lado interrumpir el paso. La Tungurahua sabe que una ley es un cuchillo en manos del poder y del señor que lo dispone. La Tungurahua es nuestra en la noche y en el día, hembra del paisaje y de la melancolía. De pronto se mete en nuestra sangre para tratar de buscar una salida, para poder viajar ella también igual que si fuese poesía.
Vivimos convencidos de que nuestra existencia la desenvolvemos, como hilo de un ovillo, a golpes de palabra. Somos un fragmento de una misma patria extendida por todo un continente. Guardamos imágenes o abstractos de lo que somos y parecemos ser. Herederos de sangres y de sueños acarreados de los mares hasta las cumbres de nuestros nevados y volcanes; herederos de ritmos y palabras, de caricias fonológicas y de primitivas sílabas aglutinantes.
Vivimos practicando nuestras interminables conversaciones con la vida y con la muerte, a la luz de las velas cuando se enciende el misterio de la noche. Somos hechuras a golpes de palabra, entre tertulias con las soledades y el silencio del pajonal hasta los valles. Últimamente nos hemos transmutado en verbos caminantes de las más increíbles utopías. Somos desde el principio los nuevos sustantivos plurales como las bandadas y los huracanes que pasan por la vida, desafiando una sintaxis que imprimen, con sus órdenes, quienes se proponen creer que están arriba. Pero el resto, estamos convencidos de que hay que proseguir hablando, gritando, convocando a la edificación. (O)