La década ganada de Correa: el final de un ciclo exitoso
Un ciclo político ha llegado a su fin. El ciclo político más exitoso en la vida institucional de Ecuador desde el regreso de la democracia en 1979. Un ciclo que ha concluido con las expectativas sociales y económicas bien altas y con un proyecto de país a cuesta, fruto de la convicción de su presidente y no del azar que fue desandando el camino en estos 10 años de gobierno, y cuyo estandarte ha sido el carácter progresista de todas y cada una de las políticas implementadas a lo largo de sus 3 mandatos.
La vuelta de página de uno de los capítulos más extraordinarios en la historia política de Ecuador está comenzando a vislumbrarse allí, en Nuestra América, en todo el mundo. El bello capítulo de una década escrito por el presidente Rafael Correa Delgado, aunque él no lo considere totalmente de esta manera. Diría, con total certeza, que este capítulo lo escribió el pueblo ecuatoriano durante estos años. Ambas ponderaciones forman parte de lo mismo: la construcción hacia una sociedad más justa, con mayor igualdad y equidad a través del ejercicio ciudadano de una democracia plena. No hay uno sin el otro. Esta es la esencia de la Revolución Ciudadana que fue construyendo en esta década. Sin duda, la década ganada de Rafael Correa y el pueblo ecuatoriano.
Ecuador ha visto plasmar en su espectro social y político la Revolución Ciudadana a través de la figura de Correa y del espacio político que comanda desde su lanzamiento oficial en febrero de 2006 para las elecciones de ese mismo año. El partido Alianza PAÍS nacía al son de una renovación política que concentraría los principales temas nacionales —y regionales— en una agenda social y progresista nucleando a distintas fuerzas de izquierda. Y allí estaba encabezando las preferencias ciudadanas la propuesta de Correa. Nuevos vientos políticos comenzaban a soplar en todo el Ecuador y esos vientos venían a limpiar una atmósfera contaminada por años de espantosas políticas neoliberales y ajustes brutales que afectaron a los sectores más vulnerables, y la descomposición del tejido social no tardó en volver denso e inestable el clima político a escala nacional.
La larga noche neoliberal —sin entrecomillado porque la historia reciente ha dado sobradas muestras de que esto de metáfora no ha tenido nada— fue lo que el proyecto correísta vino a sepultar a base de política.
A ver. Correa, como muchos líderes políticos en ascenso que inclinaron de lleno sus gestiones al proceso de recuperación económica con eje en el Estado y plantándose en una lógica posneoliberal de contrahegemonía, pusieron a la política en la centralidad del debate y quitaron del medio lo que pocos se animaban: el mercado.
Fue una lucha decidida contra el fundamentalismo de mercado que encarna el neoliberalismo y Correa cristalizó esta lucha en una nueva constitución sancionada por la Asamblea Nacional Constituyente en octubre de 2008. Presenciamos un cambio de época con barcos que ya no navegaban en soledad por los mares vertiginosos del capitalismo global. Se acoplaron y conformaron una enorme barcaza que navegó hacia un mismo lugar, con un mismo horizonte contra viento y marea y cuyo timón fue manejado por estos grandes capitales (una expresión habitualmente utilizada por el comandante Hugo Chávez en lo que llamó el “golpe de timón”).
Correa fue sin duda uno de ellos. El más importante. No sólo para Ecuador, sino para toda Latinoamérica que volvía, después de mucho tiempo, a pensarse y concebirse como Patria Grande. Fue recuperar el sueño de Bolívar, San Martín, Artigas, Morazán y el de tantos otros. Fue recuperar la historia, como se hizo con la política. Y no por casualidad obedece a la máxima del historiador austriaco Wilhelm Bauer: “La historia es la política del pasado y la política es la historia del presente.” Se recuperaron ambas definiciones, ambas concepciones del mundo. Pero se recuperó algo primordial: el tiempo. Su espíritu. Su esencia. La noción de lo temporal. Ergo, recuperar la política y la historia fue recuperar el tiempo, perdido en la otrora década infame.
Correa en una década de gobierno cumplió con la mayoría de los objetivos que se propuso. Siempre quedarán cuentas pendientes. Nuevos desafíos en un país cuya anatomía se encuentra en constante movimiento, sujeta a los cambios y continencias nacionales, regionales y mundiales. Es imposible resolver en un período relativamente mediano los problemas estructurales de un país y de su estructura social en el que habitan conflictos de clases inherentes en una sociedad capitalista. Sin embargo, el progresismo como itinerario político, social y económico consolidado se hizo devenir en el pueblo ecuatoriano con un legado que, por decisión de la voluntad popular, fue signado a ser continuado en los años que le tocará afrontar al nuevo gobierno del presidente electo Lenín Moreno.
La bifurcación y ruptura de estos procesos políticos que marcaron el último decenio en nuestra región es, quizá, el síntoma de malestar que más tememos, a los ojos de la realidad adversa que atraviesan mucho de nuestros pueblos con la restauración de esas viejas oligarquías al poder que relanzaron, como algo nuevo, la vetusta ideología neoliberal, comenzándola a regar por buena parte del continente.
El plan restaurador, tan denunciado por Correa, tiene asidero con un cuerpo que ha comenzado a moverse y hacer estragos sobre lo que se vino construyendo. En Ecuador felizmente se pudo evitar esto con el triunfo de Moreno sobre el candidato del establishment financiero y mediático Guillermo Lasso imponiéndose la continuidad de un modelo que ha demostrado con creces dar garantías a las mayorías populares del país. No así en Argentina y Brasil, donde nuevamente el gigante neoliberal está aplastando las cabezas de miles de nosotros.
Ecuador, junto a las hermanas naciones de Bolivia, Venezuela y Nicaragua son el bastión de resistencia contra esta restauración conservadora que no dudará en irrumpir intempestivamente en los procesos populares que continúan en pie con el objetivo de quebrarlos, con los votos o con los golpes. A las clases dominantes les da lo mismo, como lo hemos visto hasta ahora. A esto se enfrenta el Ecuador post-Correa. Aunque su papel como líder político de Alianza PAÍS, y sobre todo de la Revolución Ciudadana continuarán adelante, o en teoría, es lo que esperamos. Umbral y corolario. Desde aquel paso casi efímero por el gobierno de Alfredo Palacio en la cartera de economía en 2005 y hasta esta supuesta migración a Europa donde permanecerá por un tiempo indeterminado, Correa se ha ganado a fuerza de hechos un lugar en la historia de Ecuador y de América Latina. Hoy, no podríamos hablar de integración y unidad sin el trabajo incasable que ha realizado, y que continúa haciendo, en nombre de la soberanía, la democracia y la paz de la región en su conjunto. Es Ecuador, con Quito, la capital de esta integración donde la Unasur alberga su sede permanente. Ni hablar de los demás organismos como la Celac, el ALBA y el Mercosur, siendo en este último un colaborador permanente y buscando incorporar al Ecuador como miembro pleno. Algo impedido por este cambio abrupto sufrido en este último tiempo.
Quedará en nuestra memoria el semblante aguerrido y heroico de Correa en el balcón del Palacio de Carondelet aflojando la corbata y abriéndose la camisa en claro desafío a las tentativas de golpe de Estado y magnicidio la noche del 30 de septiembre de 2010, como una imagen póstuma de su hidalguía al mando de la República que reverbera con estas palabras: “¡Si quieren matar al Presidente, aquí está, mátenlo por si les da la gana, mátenlo si tienen poder, mátenlo si tienen valor!”. No podía dejar de recordar esta frase. Con qué fuerza, con qué temple, con qué determinación pronunciaría estas palabras. Esa convicción indemne, imperturbable de continuar con un proyecto político haciéndole frente a cualquier obstáculo, por más adverso y peliagudo que este sea, y, por sobre todas las cosas de defender la soberanía nacional tantas veces vilipendiada. El curso que inició el ahora presidente saliente tiene como sesgo la reconstrucción de un país, de sus instituciones. En suma, la refundación de una patria.
Correa cierra un ciclo exitoso marcado a fuego por la década ganada del país, que termina siendo la suya, sin duda. Un ciclo de profundas transformaciones que se puede medir y cuantificar por los hechos. Y eso no es poco en una cultura política que se acostumbró más a lo que dice que a lo que se hace.
Por eso, estimado Rafael, no cabe duda que te encuentras entre los indispensables de este tiempo: el tuyo, el nuestro, el de todos los que soñamos con vivir en una América unida y emancipada. En vos persevera lo mejor de un pueblo. ¡Salud, querido Rafael! (O)