La cara del ángel
El filme argentino, El ángel (2018), de Luis Ortega, nos pone en primer plano la cara de una cierta belleza andrógina de lo que podríamos decir un “ángel”. El título mismo juega a la polisemia y el argumento nos presenta a un muchacho del cual podemos hacernos ideas diversas.
El ángel es sobre un joven criminal: Carlos Robledo Puch. La historia está basada en un personaje hoy recluido con cadena perpetua en Argentina por crímenes cometidos a sangre fría, sin descartar robos y violaciones. De hecho, se sabe que este criminal fue apodado “el ángel”. Una primera alusión en la película, en efecto, es a su forma de ser: alguien que podría pasar por cariñoso con las mujeres, delicado en su trato con personas, paciente al perpetrar robos, al mismo tiempo que expresivamente frío cuando asesina: no le mueve nada y más bien pareciera que realiza todo acto de manera “natural”. Lo que hace, bien podría entrar en la categoría de la “banalidad del mal” en el sentido que le dio Hannah Arendt: el acto de matar no obedece ni al bien ni al mal, no es una cuestión de juzgamiento ni de demostración de poder, sino un modo de extremar el “trabajo” eficiente.
Tal cual dicho, una segunda alusión de “ángel” implicaría a un espíritu destructor. En la película, asombrosamente, este personaje se mueve incólume: nadie lo ve, nadie percibe su presencia maligna, suspende el tiempo real y nos hace ver que estaríamos dentro de algo liminal. De pronto, por el halo de destructividad, Ortega nos hace parecer a este individuo como el “ángel de la historia” de Walter Benjamin, como aquel que presiente la catástrofe, siendo él quien además la ha sembrado.
Es curioso, en este marco, que la imagen del “ángel” Robledo Puch, en el filme tenga casi la misma prefiguración del Angelus Novus de Paul Klee, pintura que inspirara a Benjamin para sus tesis sobre la historia, interpretada esta como la renuncia a toda utopía. Pero, además, detrás de esa imagen andrógina del ángel, está también otra referencia: la de Tadzio en la película de Luchino Visconti, Muerte en Venecia (1971): su belleza es de tal magnitud que cuando nos atrapa, este ángel ya no mira la catástrofe (la historia), sino nos mira a nosotros como quienes, en efecto, sin vergüenza, admitimos la necesidad de la eliminación del otro para asegurar nuestra propia comodidad en el mundo actual. De ahí que El ángel es una película perturbadora, al mismo tiempo que interroga. (O)