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Josefa y Manuela Sáenz, las dos caras de una misma moneda familiar histórica

Josefa y Manuela Sáenz, las dos caras de una misma moneda familiar histórica
16 de marzo de 2017 - 00:00 - Pedro Reino Garcés, historiador/cronista oficial de Ambato

Es 2 de septiembre de 1812 en el campanario de la iglesia de Mocha. La Josefina Sáenz repica a rebato las humildes campanas de su iglesia. El santo protector San Juan de Mocha se cobija de nuevo un poncho de lana para que no le pasen las balas y para tapar la cólera de los que saben bautizar con sangre a los salvadores de los pueblos.

Por la boca de la Tungurahua se chorrean diablos oportunistas a camuflarse en las iglesias y a contribuir a que gritaran a favor del caos que florece en las revueltas y a cargarse almas ensangrentadas al infierno, dejando abandonados sus cuerpos en las quebradas que bajan del Puñalica al río de Mocha. Todavía cuenta la gente de ese tiempo que María Josefa Césara Sáenz del Campo, “combatió valerosamente en la jornada del 2 de septiembre y a caballo, empuñando en una mano el sable y en la otra la bandera española.

Penetró la primera al pueblo de Mocha y apeándose subió a la torre de la iglesia, donde, después de enarbolar el pabellón real, se puso a repicar triunfante las campanas. La referida señora, quiteña e hija de don Simón Sáenz, ofrecía la particularidad -no muy rara entonces- de militar en las filas monárquicas, mientras algunos de sus hermanos pertenecían al partido republicano. Don José María Sáenz de Vergara Yedra fue el Oidor de la Real Audiencia de Quito en 1809. Ha dormido con una mujer de Popayán y con otra de Quito. Las dos camas huelen a profundos monasterios. En un lado le aparece su hija Josefa Sáenz del Campo, conocida como la ‘Heroína de Mocha’, la fanática realista que empuña las armas del Rey.

La que ha sido vestida con uniforme de húsares para una entrada triunfal en Quito luego de la contienda en dicho pueblo. Pero en el otro lado de la moneda de su propia sangre, surge la recia figura de Manuela Sáenz y Aispuru, reconocida como la ‘Libertadora del Libertador’ que asumió la causa de luchar contra el Rey y sale en cualquier tiempo, del brazo de Bolívar, vestida de gloria a mirar en la penumbra el cadáver de su media hermana Josefina y el fantasma de su viejo padre que siente un raro remordimiento entre sus piernas.

Don José María Sáenz de la Vergara y de la Yedra sabe que la monarquía le reconoce importancia. Cobra jugosos salarios, por lo cual se ha distraído  fecundando ocho hijos que crecen con una rara belleza y ese impredecible carácter revoloteado que tienen los hijos del nuevo mundo. Se ha casado en Popayán con Juana del Campo y Larrahondo, la entusiasta devota de las procesiones de Semana Santa de la ciudad blanca de Colombia, la que le ha alegrado con su bella hija María Josefa Césara Sáenz del Campo.

Pero en Quito, doña María Joaquina de Aispuru y Sierra le ha dado el peor golpe en los arrebatados genitales de su infidelidad. “Sabrás que te ha nacido una hija desafiadora a tu política de bajo vientre, por ser un desbraguetado en amores prohibidos”, le redunda la seducida doña María Joaquina de Aispuru. “Nuestra hija que engendramos con pasión va a llamarse Manuela y con el tiempo llegarás a saber que será la ‘Libertadora del Libertador’. No te resientas porque tus hijas montarán a caballo, manejarán las armas y las pasiones y partirán tu corazón entre dos mundos”.

Don José María Sáenz de la Vergara está emocionado con la resolución y la merced que ha tenido en favor de su hija querendona de su adorado monarca. Le parece una maravilla que haya recibido un escudo en su honor ahora que está casada en segundas nupcias con Francisco Xavier Manzanos del Castillo, luego de que muriera su primer esposo Agustín Angulo en 1807. En 1812, su hija quiteña de amores prohibidos tiene 17 años. Su otro hijo: José María Sáenz del Campo, de legítimo matrimonio, tiene dos años menos que ella. Apenas con 15, puesto que fue bautizado en Quito en 11 de diciembre de 1797, ya estaba convencido de que tenía vocación por las armas de cualquier bando. Primero fue soldado realista hasta que en Lima, su media hermana Manuela junto a Rosita Campusano le convencieron que, en vez de estar al servicio del Rey, debía luchar por la causa americana que tenía futuro.

Manuela le hace notar que la ‘Heroína de Mocha’, la Josefina, no pasaba de ser una mujer que defendía los jugosos cargos de su padre y de su marido. Que ellos debían mirar al futuro que cabalgaba por el continente a las órdenes de San Martín y de Bolívar. (O)

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