Punto de vista
Ironización de los vocativos a las solemnidades e idolizaciones populares
Mirándote ahí, sobre tu caballo, eres una escultura de carne altiva, eres otro Otamendi color de un tiempo indefinido que sale cabalgando sobre visiones que solo por ti, se vuelven nubes que jadean por el peso que les imprimen los colores. Tus hombros ensanchan las altas miradas de los árboles, y tu frente lucha con la luz de la tarde empapada del sudor de tus contiendas en las que pelea la vida con la muerte. Cómo quisiera que tu madre pudiera verte así, convertido en héroe de ébano, mitad corcel, mitad de bronces remotos de la cordillera. El hijo del varón de la iglesia en una mujer mártir de otras devociones subiendo hacia las cumbres. Mirándote así, tu padre, el cura Otamendi, predicaría una envidia y establecería una encíclica para que saltaras directamente del paganismo a los altares que reclama la política. Te veo como escultura que late con una furia antigua. Tienes la cara perfecta para develarte con la solemnidad de esta neblina y la complicidad de este silencio. Te van a aplaudir las olvidadas hojas de esta vegetación perdida.
Señoras y señores esclavizadores, dignísimos esclavos pechiscados* y serviciales. Reverendísimos arcángeles de la iglesia que estáis a la diestra del poder y de esta Virgen Patria. Embriagadísimos funcionarios de los estancos de tabaco, de la sal y de aguardientes. Honorabilisísimos funcionarios, o sus delegados de los santos tribunales de las inquisiciones justicieras. Fieles y perpetuos regidores, adjudicatarios por tres vidas y perpetuas generaciones. Honorables momias de las altas sociedades. Membresías de las Órdenes de Santiago, de Calatrava, de Carlos Tercero, de san Fernando el vengativo y de san Gonzalito el Justiciero. Herederos de academias paridoras de historias adulonas y de sus lenguas puras. Destacados intelectuales de las cortes de Cádiz. Señores tenientes y justicias mayores y menores de estos poblados, asientos, gobernaciones, villorrios y sus términos. Recordadas calaveras de los asesinados por las fuerzas de las circunstancias en Manabí, en Babahoyo, en Pasto, Popayán y hasta la villa de Ibarra por susodichos históricos centauros. Señores alcaldes pueblerinos y montañeses. Distinguidos señores hacendados, encomenderos y encomendados.
Piadosas esposas y viudas que tenéis pagadas misas hasta el fin del mundo para poder permanecer en el paraíso hasta que seáis expulsadas el día del juicio final. Negros esclavos, zambaigos, mulatos, tercerones, cuarterones, tente en el aire, cafres, cajombos* y de otras razas y colores; distinguidas negras paridoras y enfermas de la gota coral y del mal del chisma* costal de huesos y alma en boca*. Caritativas damas de las casas de beneficencias, mayorazgos, menorazgos, orfanatos, lazaretos, pulperías, chicherías, bolicherías, centros de diversión escandalosa con las mujeres de provocación y de prostitución. Reconocidas negras pelanduscas* y mestizas huarichas* y demás confesas de furia uterina. Señores miembros de la guardia real, de los que pelan el ojo, ejercitados en fechorías y saqueos hoy miembros de las guardias policiales y militares de la emergente nación. Miembros de los ejércitos armados y desarmados, almorzados y no merendados, así de realistas que se han cobijado bajo las armas de las causas virreinales como de los traspasados a las causas de los independentistas que reciben pensiones.
Incondicionales soldados negros y mulatos. No me ofende en nada, mi querida María Ángela, tu discurso vocativo. Bajo esta neblina todo quedará igual. La gente mirará gotear su humedad como las hojas que aplauden la lluvia. Ya no estarán otra vez si acaso pasamos por aquí en algún otro viaje. Sé que el valor se mide por atrevimientos humanos, pero los de la guerra son los de la perversidad, son los sedimentos de la barbarie que guardamos como especie. Los discursos y los vocativos son para lo que dura un aplauso. Son la sacudida de esas hojas según el viento que las mueve. Yo sé que los monumentos, hablando en serio, son para ratificar el poder, por ello no me hago ilusiones de tener una escultura de mi sombra. Las esculturas reflejan las impotencias de los hombres que quieren sentirse dioses. Y ya en la práctica, los monumentos son los adornos del olvido, son las letrinas de los peregrinos, y apenas son solemnes cagaderos de palomas… (De mi novela inédita Nido de Rifles). (O)