La culpa invisible
Ver ingresar en prisión a uno de los ídolos más grandes que el fútbol ha producido es verdaderamente doloroso para quienes como yo centramos nuestra vida en ofrecer procesos a jóvenes futbolistas para que en sus carreras profesionales a futuro, no lleguen precisamente a esta instancia.
Es además frustrante deber explicar quién es Ronaldinho a un chico de 10 años o tenerlo que usar como ejemplo con uno de 18 a punto de firmar su primer contrato profesional. ¿Cómo es posible? ¿Por qué?, son las dos preguntas que surgen. Más allá de los motivos detrás de las situaciones que llevan a un campeón a la ruina o la cárcel (o ambas cosas), están las condiciones calcadas de un manual de ética que ningún representante carga bajo su brazo y que mucho menos establece como requisito para que su “protegido” lea antes de establecer una relación de colaboración (jugador-representante).
Ante la ausencia de la madre, el padre o la incapacidad de estos para actuar coherentemente ante las necesidades de un futbolista, el “representante” es o sería la siguiente figura paterna o materna más importante en la vida de un joven futbolista con ambición de llegar a ser un astro.
Existen aspectos o parámetros de base para quien dice llamarse representante o para quienes tal vez lo estén considerando ser a futuro. De la misma manera, estos parámetros son el indice por medio del cual un jugador y su familia se deben guiar para tomar las decisiones correctas en cuanto a quien encomiendan su futuro (a futuro me refiero de 10 a 20 años). Considero que un representante deba ser un líder. Ser un ejemplo. No puede ser más conocedor de los burdeles que de la bolsa de valores. Si este nunca ha leído “Padre Rico, Padre Pobre” o tal vez empleado parte de su tiempo para superarse internamente, el resultado que se obtendrá a futuro sera el de un exjugador en la ruina o en la cárcel ya que un representante es tan indispensable en la formación del joven futbolista, como los son los padres y el técnico de su equipo. (O)