El séquito
En Colombia les dicen “lambones”; en Perú, “franelas”; en Guatemala, “culebras”; en Argentina y Uruguay, “chupamedias”; en Bolivia, “corchos”; en Chile se dice “hacer la pata”; en México, “hacer la barba”; en Estados Unidos, “brown-nose”. En Ecuador: “esbirros”, “chupamedias”, “lamebotas”, “perros”, “lambones”. Todos estos apelativos dan cuenta de que estos personajes hacen honor a su arte de conseguir favores por el atajo más corto: el arte del adulo; y, con dos o más, forman el séquito, aquel grupo humano de segunda fila cuya experticia no va más allá de ponerle al jefe -autoridad o gerente- en una burbuja y conseguir las tan planeadas canonjías.
Con el fin del reinado, el compromiso disfrazado del séquito se derrite y empieza la dispersión. Si el jefe fue justo y recto, el séquito se quedará huérfano y volverá a su cotidianidad, pues nada de nuevo ha pasado; pero si el jefe fue un enclenque y mediocre, el séquito saldrá despavorido del palacio del servilismo, porque tendrá que afrontar algunos problemas de carácter ético y administrativo; pero eso sí, manteniendo el membrete de “perseguido político”. Sin embargo, el séquito tarde o temprano volverá, porque sabe que “a rey muerto, rey puesto”.
Los lambones tienen su táctica. Se les ve en las salas de espera de los jefes, bien presentados y bien perfumados, en espera de vender al jefe sus servicios incondicionales, su lealtad, su experiencia como lacayo. Vendida la imagen, ya son parte del séquito. Es allí donde empieza su trabajo. La plata está en primer lugar, porque saben que de ésta no hay otra, y siempre apuntando con el dedo índice a los contratos. Luego viene la ubicación burocrática para ellos, sus familiares, sus amigos y los subalternos que apoyaron su gestión de lacayo. Viene –entonces- la devolución de favores.
Una vez subido al jefe en el pedestal, la tarea del séquito no será con ideas, con propuestas e iniciativas, con el ejercicio de la crítica, el análisis, el discernimiento, la innovación. No. Eso queda para un grupo reducido de intelectuales que trabajan bajo la nube de la decepción. El trabajo del séquito será estar bien presentado y bien perfumado en los dos escenarios: el público y el privado. Del primero, el séquito será parte del pelotón de guardaespaldas, guardafangos o guardachoques. Del segundo escenario, el séquito será la celestina.
En este tiempo de elecciones, y viendo los toros de lejos, las imágenes del séquito saltan a la vista: los que se suben, se bajan o se cambian de camioneta y los que posan detrás del candidato para la foto en la rueda de prensa, pues esto tiene su efecto mediático, a sabiendas de que es la mejor evidencia de su apego servil al candidato con mejores posibilidades, quien muy pocas veces tendrá la sensatez de organizar un grupo de trabajo de calidad, aquel grupo nacido en la masa gris. Por eso es que a esta nueva autoridad le tocará gobernar con lo que le impone la campaña: el amarre, el compadrazgo, la devolución de favores.
El éxito sería si los ganadores en las contiendas políticas conformen equipos de trabajo de calidad. No séquitos. Porque calidad intelectual y académica sí existe. Buscando - buscando se encuentra. Pero lo cierto es que en la patria chica la calidad no se apega al candidato con mejores posibilidades. Eso queda para los esbirros, lamebotas, chupamedias, lambones. ¿Acaso el séquito, en su papel de lacayo, no es un foco de corrupción? ¿Será tal vez que los fracasos políticos responden al pésimo papel de los séquitos? ¿Llegará algún día que los jefes o autoridades se desprendan de sus compromisos y elijan buenos colaboradores para –así- hablar de triunfos políticos y excelente servicio a la comunidad?... El tiempo tiene la palabra.