Punto de vista
El preámbulo de la Constitución del Ecuador, vigente desde 2008
“Nosotras y nosotros, el pueblo soberano del Ecuador, reconociendo nuestras raíces milenarias, forjadas por mujeres y hombres de distintos pueblos, celebrando a la naturaleza, la Pacha Mama, de la que nosotros somos parte y que es vital para nuestra existencia, invocando el nombre de Dios y reconociendo nuestras diversas formas de religiosidad y espiritualidad, apelando a la sabiduría de todas las culturas que nos enriquecen como sociedad, como herederos de las luchas sociales de liberación frente a todas las formas de dominación y colonialismo, y con profundo compromiso con el presente y el futuro, decidimos constituir una nueva forma de convivencia ciudadana, en diversidad y armonía con la naturaleza, para alcanzar el buen vivir, el sumak kawsay…”.
El preámbulo a la Constitución, como se podrá comentar, no es totalizador. Al hacer referencia a la Pacha Mama y al Sumak Kawsay se está pensando en la cultura quichua, en perjuicio de las demás aludidas que empiezan siendo desestimadas, como lo fueron desde la época del coloniaje español que privilegió a este idioma como lengua general para cristianizar y consolidar el dominio espiritual, en desmedro de las demás lenguas vernáculas, las cuales, pese a haber sido desplazadas y hasta perseguidas, han sobrevivido.
Lingüísticamente esta Constitución reproduce el mismo esquema colonial que se supone haberlo superado. La sola alusión al quichua nos pone de lleno en la sincronía histórica del incario y de la quichuización doctrinera colonial, con lo cual estamos ubicados en esa instancia expansionista que significó el imperio Inca para los pueblos ancestrales libres, que tuvieron que resignarse a una imposición de su idioma cronológicamente diferida sin otra alternativa que daba la sumisión. El mismo esquema de comentario se implantó con el modelo del castellano, que desde la colonia sigue su camino hasta la actualidad. Que nuestros ilustres constituyentes hayan partido “invocando el nombre de Dios y reconociendo nuestras diversas formas de religiosidad y espiritualidad”, revela también un oculto sentido cristiano que igualmente pone en un plano dependiente a las otras formas de religiosidad a las cuales no se las invoca.
Este preámbulo tiene un calco colonial subyacente y contradictorio. Evidencia la inconsistencia de formación en los asambleístas en estos temas, que todavía nos “hablan” desde la oficialidad del Castellano, pues anacrónicamente indican con este designativo, en el artículo 2º que: “el español es el idioma oficial del Ecuador”. Están revelando ese pensamiento adjetivo que se da desde la colonia al concepto de los castellanos, porque ellos mismos se sienten inoculados, no de hispanidad, sino de esa marca que tuvo la conquista española.
Lo mejor de cualquier producto era calificado como de Castilla: arroz de Castilla, harina de Castilla, bayeta de Castilla, caña de Castilla, pañolón y poncho de Castilla. Esta última prenda, que nunca usaron en el reino de esa región, consta en registros de inventarios y escribanías; se dice que los señores usaban ‘ponchos de Castilla’, una prenda que tenían ‘forro’ de seda por dentro. Todo esto y más un largo etcétera, en oposición a las cosas ‘runas’, como el perro runa, el gallo y la gallina runa, de los que salen hasta los huevos runas, porque eran de los nativos u hombres adjetivados peyorativamente como runas, indios, opuestos a los hombres castellanos que eran los blancos, con idioma incluido. De paso, runa es un vocablo quichua que en español significa hombre o gente; y pasando a adjetivo, es el indicador contrastivo de lo que no proviene de Castilla, es la denominación de su lengua, derivada del Latín y que moderna y contemporáneamente se llama Español. Respecto de la ‘oficialidad’ del uso de las lenguas en los pueblos y culturas vernáculas, resulta un sofisma, puesto que toda oficialidad pasa a ser superestrato en las instancias legales, jurídicas, educativas, etc.
Entiéndase superestrato como lo dominante, ideológica y políticamente. Y de lo que se sabe, siguen en la oralidad comunicativa y supeditados a la administración e imposición manifiesta de los funcionarios que detentan la lengua española.
Esto quiere decir que el español como sistema lingüístico, sigue siendo un superestrato, y las demás lenguas, con categoría sustrática, haciendo de base, operan desde la resignación. (O)