El expresidente Lula está en la cárcel
Hace dos años, Brasil no es solo el país del fútbol. Es el país que se conmueve y discute política. Una nación donde el jornalero, el empresario, el obrero y el estudiante quieren justicia y condenan la corrupción. El pan y el circo no bastan más. Lula, exlíder popular, cayó en desgracia, junto con su organización política, el Partido de los Trabajadores (PT), todavía cuenta con la aprobación del 30% de la población.
Lula por años se ha jactado de haber sido el Presidente con la mayor aprobación de la historia de Brasil: el 80%. Pero él está sentenciado por corrupción y tráfico de influencias, y debe pagar como cualquier ciudadano común. El ciudadano Luiz Inácio Lula da Silva se rodeó de los mejores abogados del país, presentó su defensa y expresó libremente sus argumentos. La prisión de Lula fue controvertida y ganó proporciones cinematográficas. Al final, él es un político de fama internacional: el obrero metalúrgico que gobernó Brasil durante dos períodos.
Antes de entregarse a la Policía Federal, Lula montó su circo mediático. El juez Sergio Moro decretó su arresto el 4 de abril y dio 24 horas para que el expresidente se entregara voluntariamente. El 5 de abril, a las 17:00, se encerró en el Sindicato de los Metalúrgicos del ABC, en San Bernardo, ciudad donde nació y creció políticamente. De allí solo salió 26 horas después del plazo indicado por el juez Moro. Hubo una misa en homenaje a su mujer, quien falleció el año pasado, discursos de inocencia y ataques a los magistrados y la prensa.
El exjefe de Estado habló por 55 minutos y estuvo con políticos, sindicalistas, religiosos y artistas. Incluso le animaron a exiliarse en otro país o en alguna embajada y atacó a los ministros del Supremo Tribunal Federal (STF) que habían rechazado los recursos presentados por su defensa. Solo alrededor de las 18:40, del sábado 7 de abril, el exmandatario se entregó. Después, fue en helicóptero hasta el aeropuerto de Congonhas y de allí a Curitiba, a las 22.30.
El pasado domingo 8, Lula tomó su primer desayuno en la cárcel: pan con mantequilla y café con leche. Pidió una televisión para mirar al Corinthians. Para su alegría, su equipo del corazón fue campeón paulista contra el Palmeiras. Y para la alegría de Brasil, se confirma la tesis de que la corrupción no quedó en la impunidad. Así lo confirma una encuesta del Instituto Paraná de este año: el 82% de los brasileños quería ver a Lula en la cárcel y fuera de la política brasileña. (O)