Iván Rodrigo Mendizábal, docente e investigador literario
El engaño de lo transgénico
El filme coreonorteamericano Okja (2017), de Bong Joon-ho, es un sutil alegato sobre lo vegano: señala que las carnes que llegan a los mercados son un fiasco, porque no son naturales, son creadas en laboratorios, mercadeadas por un aparato publicitario que promete salud y alimento para millones de habitantes. Para contarlo recurre a una fábula en la que una niña cría un cerdo en la paz de la campiña coreana. Okja presenta dos mundos antagónicos: el capitalista, que busca el beneficio de la cría y sacrificio de animales, y el idílico entorno campesino, sencillo y mítico. En el campo, la naturaleza propicia una vida sin tiempo, una comunión con todos los seres que la habitan. En contraste, la ciudad es abigarrada, mecánica, violenta y entorno de placer para los clientes a quienes van dirigidos los productos más elaborados.
En estos dos mundos, la fábula de la niña y su cerdo es emotiva. Bong Joon-ho nos convence de que no se trata solo de un animal para la cadena alimenticia humana, sino uno que, al mismo tiempo, es mascota, parte de la familia. Con ello, la película juega a lo poético, apelando a lo sensible. Por contraste, la empresa que engendra los cerdos descomunales, animales genéticamente modificados, es sospechosa, hecho que luego se confirma cuando la fábula se convierte en una trama de terror donde intervienen, además, unos activistas defensores de los animales.
Digamos que, desde la perspectiva de la fábula, el discurso contra el transgenismo es claro. Es verdad que hoy en día muchos alimentos que consumimos son modificados, con efectos negativos en la salud humana. Tras de lo transgénico está un conglomerado de productores cárnicos, industrias químicas, farmacéuticas, medios de comunicación… en definitiva de un capitalismo salvaje cuyos dueños buscan incrementar su riqueza escondidos por la parafernalia del entretenimiento y del placer mundano del comer. Pero hay un problema en Okja: su discurso crítico también cae en la falacia que intenta demostrar, pues desde el principio somos conscientes de que la fábula que veremos es creada por la industria; reconocemos a sus artífices y sus víctimas; al fin nos quedamos con la fábula pastoril como argumento tranquilizador porque, además, aceptamos que el cerdo transgénico, por más engendro, debe quedarse poblando la naturaleza en la que de pronto aparece como postizo. (I)