Dos figuras, una entidad
El director brasileño Fernando Meirelles presenta una producción que puede pasar por polémica o por blanda sobre la renuncia de Benedicto XVI y la entronización de Francisco en el Vaticano. Tal película es Los dos papas (2020).
Esta se centra en el periodo en el que Joseph Ratzinger había tomado la decisión de renunciar a la autoridad papal, invitando a Jorge Bergoglio para convencerlo a que le suceda". Alrededor de los encuentros en el Vaticano y la casa papal se teje entre ellos una relación que muestra su lado humano, más allá del dogma que profesan y sostienen. Meirelles, de este modo, hace un filme entretenido para ver los hábitos y el pensamiento de ambos.
Los dos papas posiblemente queda en eso: en la representación de cómo una institución es legitimada cuando hay consenso entre partes, cuando los acuerdos llegan a confluir en una feliz alianza, donde la obra de uno no se desvirtúa con la llegada del otro.
Meirelles (trabajando con el autor de la obra teatral The Pope, el neozelandés Anthony McCarten) apuesta a una historia sobre la construcción de una amistad que parte de ciertas diferencias de pensamiento y que se minimizan cuando los personajes hacen constar que lo que prima son los intereses o el futuro de la Iglesia, incluida su feligresía.
En otras palabras: Francisco termina gobernando gracias al padrinazgo de su antecesor, Benedicto XVI. Frente a la amenaza de un nuevo papa radical, el conservadurismo descubre que el nuevo no tiene mucho de progresista y más bien alienta o reorienta a que exista el neoconservadurismo.
En este contexto, las insinuaciones de descalabro financiero, de acusaciones de pederastia, de división, etc., terminan difuminadas porque lo que interesa a Meirelles es mostrar tanto la importancia del acuerdo entre personas como la magnificencia de la institución mediante ciertos rasgos de su arquitectura, de su organización interna.
Los dos papas es, por ello, un retrato exteriorista y efectista. Tiene dos monstruos en su reparto: Anthony Hopkins y Jonathan Pryce. Si uno olvida el argumento, quizá lo que queda es el enfrentamiento magistral entre los dos actores. Ahí es donde radica su valor: en ser un filme que demuestra que ellos, en su vejez, siguen haciendo cine. (O)