Con tres universidades de posgrado, una importante dotación de fondos públicos, y la visita de académicos internacionales (por ejemplo, en el proyecto ‘Prometeo’ del anterior Gobierno), Ecuador debería ser una potencia regional en investigación social. Pero no. El impacto de nuestro país en índices internacionales de producción científica es bajo, ridículamente bajo. Tenemos una tradición intelectual más o menos longeva, gozamos de una potente inyección de recursos para las universidades públicas, en la última década, y se hicieron consultorías bien pagadas, dirigidas por expertos en diversas instituciones del Estado. Por ello, nuestros vacíos en el área del conocimiento tienen muy pocas justificaciones. 

Hace un par de semanas participé en un evento, en el que coincidí con un experto local en el tema de derechos humanos. Este inició su ponencia diciendo “yo no tengo datos sobre este tema pero voy a darles mi opinión”. Es decir, los contribuyentes pagamos al Estado alrededor del 20% de nuestros ingresos para que algunos  profesores de universidades públicas se den el lujo de advertirnos que no conocen el tema de su experticia, que no han levantado indicadores sobre el área que defiendan, y  que esperan que nos deleitemos con su opinión, la cual debería bastarnos. La anécdota no es un caso aislado. La mayoría de fenómenos sociales de nuestro país siguen siendo un misterio, tanto para la esfera pública, cuanto para los académicos que opinan alegremente en torno a ellos sin haber levantado información sistemática a fin de entender de qué va la cosa.

Mencionemos otros ejemplos.  En nuestros territorios hay un montón de lenguas nativas, ¿dónde están nuestros referentes mundiales en filología? Contamos con muchos centros arqueológicos, de los cuales sabemos muy poco (la última excavación en Cochasquí ocurrió hace más de 40 años). Los indicadores elementales sobre estudios de género y niñez brillan por su ausencia en asuntos específicos, y si se quiere conocer particularidades de esos temas, es necesario buscar estudios de otros países. Y así, en otros ámbitos, los ejemplos abundan. Me pregunto si no es tiempo que la sociedad civil solicite la rendición de cuentas a nuestro sistema universitario y nos preguntemos ¿dónde está el conocimiento? (O)