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Ecuador, 27 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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La dispensa es un tema muy doloroso para la Iglesia

Renunciar al sacerdocio no es una decisión que se toma a la ligera. Por lo general conlleva meses, incluso años de análisis y discernimiento. Además, es un proceso que toma su tiempo, pues se inicia con una solicitud al obispo o arzobispo, dependiendo el caso, y tiene su resolución final en Roma, en la Santa Sede porque la dispensa, al final, está en manos del Papa.

Hay que entender que dejar el ministerio de Dios no conlleva algún tipo de sanción o que sea mal visto, aunque sí causa tristeza entre la comunidad religiosa. También hay que resaltar que quienes dejan el sacerdocio no necesariamente se desligan completamente de las parroquias a las que pertenecen, sino que continúan la labor evangelizadora desde otras esferas. Algunos lo hacen desde la labor social, otros desde la docencia, por ejemplo. También hay quienes lo realizan construyendo una familia.

La solicitud de dispensa no es tampoco una situación tan poco habitual, llegan con más frecuencia de lo que se puede creer. Este año me ha tocado recibir las solicitudes de dos compañeros que nos dejaron.

Recuerdo que cuando viví en Roma por el cumplimiento de mis labores religiosas y nos llegaba una petición de estas, era una situación muy dolorosa, no porque dejara el ministerio, sino porque perdíamos un compañero.

Existen variedades de causas para que un sacerdote solicite la salida del estado clerical. El motivo más común es el sentimental. Sucede que el sacerdote conoce a una mujer, se enamora; entonces, en vez de llevar una doble vida: por un lado andar en amoríos en secreto, y por otro celebrar los sacramentos, opta por ser honesto consigo mismo y con la Iglesia. Por eso decide renunciar a su voto de castidad y solicita la dispensa.

Otros han dejado el ministerio por motivos de trabajo. Hay que recordar que durante la preparación para el sacerdocio se realizan estudios de teología y filosofía, entonces existen quienes deciden dedicarse a la investigación o a la docencia universitaria, consideran que es una labor de tiempo completo, que no les permite servir correctamente a la parroquia, acompañar a la comunidad, celebrar los sacramentos, y por eso abandonan el ministerio.

Puedo citar el caso de un sacerdote que conocí en Quito, Leonardo Hidalgo, un gran académico, catedrático politécnico y hombre extraordinario, que abandonó el ministerio para dedicarse a la docencia, pero nunca se casó.

No existen razones perfectas, son muchísimas y, en ocasiones, hasta un poco curiosas. Sin embargo, sea cual sea el motivo, siempre es dolorosa la salida de un hermano sacerdote. (O)

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