Nuestro deber
El término homofobia fue acuñado por George Weinberg en la década de 1970, como “el temor de estar con un homosexual en un espacio cerrado”, y aunque no hay nada innato detrás de los miedos irracionales, a lo largo de la historia diversos grupos religiosos, políticos, sociales, han evidenciado tendencias homofóbicas, resultando en la invisibilización de las personas GLBTIQ+ y sus aportes.
Este clima de intolerancia ha incrementado los actos de violencia alrededor del mundo.
La marginación de las personas LGBTIQ+ se ha institucionalizado como una práctica normal y aun hoy enfrentan persecución, terapias veladas de conversión, delación, internación carcelaria u hospitalaria, así como bromas y humillaciones basadas en estereotipos.
El proselitismo homofóbico y la militancia antigay (Cornejo 2012), inundan los medios de comunicación, hecho particularmente perceptible en países como Ecuador, donde las personas LGBTIQ+ son presentadas como lo curioso o el cliché.
Es fundamental tener presente que la lógica subyacente a la homofobia es la deshumanización del otro, alimentada por el supuesto de que su existencia pone en peligro la nuestra, sumado al rechazo hacia lo femenino, ya que la masculinidad se construye de forma negativa, concepto que sigue representando un pilar en el modo en cómo la concebimos.
Así, quien no se adapte a este concepto de lo normal es considerado transgresor y merecedor de un castigo, más aún cuando se vive de manera abierta o pública, como Javier Viteri, quien murió el 27 de mayo, víctima del odio.
De ahí que el poder de la visibilidad se hace indispensable, ya que mirarnos afecta de manera positiva a la percepción de la gente y ayuda a la consecución de derechos.
Aprendemos sobre estigma y prejuicios desde muy temprana edad; por ello, es necesario cuestionarnos y alzar la voz, por Javier y todxs lxs que faltan. Construyamos una sociedad inclusiva, donde exista igualdad material y justicia basada en derechos con perspectiva de género.
Encendamos la luz. (O)