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La culpa es del murciélago

La culpa es del murciélago
31 de marzo de 2020 - 14:55 - Mauricio Maldonado

Confieso que me molesta escuchar a aquellos que a viva voz nos dicen que esto que sucede es un castigo divino (como en las plagas de Egipto, como en Sodoma y Gomorra, como en el diluvio universal…) para que “tomemos conciencia” del pecado, de la vida mundana de nuestra época. Para que volvamos a la “recta vía”. Dios ha mandado, pues, un castigo ejemplar. Así procede. De maneras misteriosas.

Es difícil conciliar a la figura de este Dios que aparece en el antiguo testamento con la que aparece en el nuevo. Por un lado, un Dios que reprende, a menudo inseguro, vengativo. Por otro, un Dios redentor, un Dios que es amor y compasión. Por un lado, Dios contra los egipcios (de plagas a primogénitos muertos), Dios pidiéndole a Abraham que sacrifique a su hijo (como una prueba de amor y fe), Dios purgando toda la tierra mediante el diluvio (para acabar con la vida del mundo, salvo por una familia). Por otro, un Dios que entrega a su hijo a los hombres, hecho hombre él mismo, para enseñarles un mensaje de redención, de misericordia y amor al prójimo, incluso a los diferentes.

No queda duda de que algunos prefieren, con mucho, la primera versión. Y creo que lo hacen porque resulta un instrumento, tan útil como hace siglos, usar el miedo de la gente al castigo para convencerles de que el problema no es exactamente algo tan azaroso como que un hombre chino cualquiera haya decidido comerse un murciélago o un pangolín, sino que, bien mirado, este es otro camino misterioso, instrumento del castigo, frente a los tiempos que discurren. Discurso vetusto, en todo caso, repetido desde el medievo en adelante. Antes y ahora, una excusa para decirle a la gente que no debe vivir según sus propias convicciones, sino de acuerdo con otras, religiosas, que relegan a los diferentes, a los que, incluso sin hacer daño a nadie, se han atrevido a ser felices fuera del molde impuesto. Si advirtieran que su discurso lleva siglos, quizás entenderían por qué es siempre menos convincente. (O)

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