Los celulares en el proyecto educativo
Los dispositivos móviles han tomado un lugar relevante en nuestra vida cotidiana y cada vez son menos quienes se atreven a negar sus ventajas. No obstante, se ha abierto un debate acerca de su uso en las instituciones educativas.
Francia lo prohibió recientemente, al igual que Singapur, Puerto Rico, Portugal y varios estados de México y Alemania; mientras países como Rusia o España quieren seguir estos pasos. En otros como China o India se permite tener un celular, pero las instituciones educativas castigan severamente su uso.
Países como Cuba no tienen legislación o la han derogado, como la provincia de Buenos Aires, en Argentina. Por último, hay un grupo de países, entre los que se encuentran Estados Unidos, Bélgica e Italia, en los que se propone el uso educativo de estos terminales.
Quienes promueven la prohibición argumentan que el celular es un distractor que impide que los estudiantes se enfoquen en el acto educativo, añadiendo que estos dispositivos pueden ser usados de forma destructiva, por ejemplo, como herramienta para el ciberacoso o para copiar exámenes.
Por otro lado, quienes abogan por su uso en los procesos de enseñanza y aprendizaje, nos hablan de su utilidad en procesos comunicativos, de búsqueda y clasificación de información, de cálculo y mediciones, de creación de contenidos, de colaboración para la construcción de conocimiento; habilidades, todas ellas, relacionadas con el desarrollo de la competencia digital, esencial para los ciudadanos y ciudadanas de nuestro siglo.
Ante este dilema, sería adecuado pensar en una norma que propicie el uso educativo de los dispositivos móviles, minimizando sus efectos negativos, permitiendo a las escuelas y colegios establecer medidas para sancionar el mal uso de los dispositivos a través de su código de convivencia, educar en el buen uso de los terminales y establecer propuestas didácticas a través del proyecto educativo de la institución, así como establecer normas y rutinas de uso a partir del diálogo entre estudiantes y docentes en el aula.
No obstante, como en casi todo lo que atañe al acto educativo, será preciso formar a nuestros docentes para hacer frente a este reto. (O)