Sabor amargo de un mal arbitraje
El coliseo estaba lleno, de esas ocasiones que hay un ruido permanente en el ambiente por el murmullo de los espectadores. No es una noche cualquiera de boxeo. Es noche de finales.
Sentado en un banquillo, al frente veo el cuadrilátero en el centro del escenario, invitando a lo que será una jornada memorable. Cubanos, boricuas, colombianos. Todos ubicados en distintas localidades enfrentándose en gritos con sus banderas y cánticos. Se prende el ambiente.
“Ecuador, Ecuador” vuelve a retumbar en Lima. Es el boxeador Julio César Castillo que salta al ring vestido de azul y con un llamativo afro. ¿Se despeinará en la pelea?
Su rival es como un perro boxer. Delgado, largo, imponente. Una estampa propia de un boxeador de antaño. Físicamente es diferente a Castillo, que es más bien bajo, grueso y con rostro amigable.
La campana suena, los aplausos inician y los gritos no paran. Faltan los golpes. Ambos boxeadores se miden, rodean la plataforma.
Empieza la acción y con ella la algarabía del público. Peruanos, colombianos, uruguayos, puertorriqueños y ecuatorianos respaldan a Castillo.
El boxeo brinda esa sensación particular de sacar instintos que generalmente duermen dentro de nosotros. Cada gancho es un éxtasis, un golpe errado es un suspiro de alivio y un guante en el rostro es un momento de gloria.
La bulla no cesa. Acabaron los tres rounds y Ecuador está muy cerca de una medalla de oro. Ya podemos sentirla en el pecho, imaginar a Castillo celebrando u oír el himno.
Pero no. Una vez más, nuestros sueños dorados caen al piso. El campanazo del triunfo no fue nuestro. Los cinco jueces dan como vencedor al cubano Erislandy Savón. Increíble. De llorar.
La calentura de todos es indescriptible. Si se pudiera, más de uno bajaría a boxear con los jueces. ¿Qué pelea vieron? ¿Cómo es posible un segundo lugar? Muy honroso es cierto, pero al fin y al cabo segundo lugar.
Sabor amargo en nuestra boca, en nuestros ojos, en nuestro ánimo. Rabia, ira, coraje, cabezas que giran como trompo de un lado a otro, abucheos.
Savón sale como pocos campeones. Criticado con un estentóreo “no” colectivo. Pocas ganas debe tener de celebrar luego de tanto rechazo. Incluso con sentimiento de culpa.
Mientras falte presencia dirigencial de las autoridades del boxeo para hacer respetar a nuestros pugilistas, la medalla de oro nos será esquiva y esta amargura no se irá. (O)