El calor peruano
En Lima hace frío, mucho frío. Estamos cerrando julio y los días son iguales. Grises. Hay una nube perpetua que se disuelve entre las 16:00 y 17:00. El viento no da tregua y congela todo lo que toca. Me preguntaba qué es lo que destaca de un país ante el resto. Podríamos decir que su gastronomía, atractivos turísticos o clima. Pero no, la respuesta, al menos para mí, es la calidez de su gente.
Lo pienso mientras voy en un taxi a medianoche camino al hotel. Abrir la ventana es una locura, mis manos están heladas. No dejo de asimilar las cosas; a día seguido, los peruanos me han confirmado que son buenos anfitriones. “Así somos con los extranjeros, nunca los dejamos solos”, fueron las palabras de Patricia, en una calle vacía, mientras las gotas de lluvia caían.
Su madre la esperaba en la esquina para llevarla a casa, tras una larga jornada como voluntaria en los Juegos Panamericanos. Eso no le importó para hacerla esperar y ayudar al foráneo.
Thais, la administradora del restaurante en el Centro de Prensa, atendió a los clientes pese a que era tarde y se la notaba cansada. Tampoco dubitó en prestar su celular para llamar un Uber, algo que nos suena simple si no tomamos en cuenta que es como una botella de agua en un desierto donde no hay internet. Tiempos modernos.
El calor que se percibe del peruano no es por pedirte un taxi. Va más allá. Es por la preocupación, el interés, la confianza que generan. Todo eso, quizás sin darse cuenta, es lo que proyectan al extraño.
Carlos y Jade son otros nombres que sustentan esta tesis. Su actitud es de esos calentadores de terraza, que de a poco calman el frío y te hacen sentir tranquilo.
Hoy Perú cumple 200 años como república. Creo que es el mejor momento para felicitarlos porque solo a pie se conoce un país; pero también solo a pie se siente a su gente. Perdonen la comparación, es que la situación lo apremia. Cinco estrellas para ustedes hermanos peruanos. El frío de Lima queda corto ante ustedes.