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Ambición voraz

Ambición voraz
25 de octubre de 2016 - 00:00 - Claudio Campos, entrenador de fútbol

Los futbolistas crecen cuando son capaces de conjugar el deseo natural que se produce en la niñez por alcanzar sueños y el sacrificio diario de nunca dejar de aprender y mejorar. Nuestra generación tiene el honor de convivir con algunos exponentes que ya son parte de la rica historia del balompié mundial y que seguramente, cuando se alejen de los terrenos de juego, tomaremos la dimensión de los que nos regalan semana a semana. Hoy voy a inmiscuirme en la vida deportiva de un delantero extremadamente mediático y que tiene el don de no sonrojarse de sus comportamientos ya aceptados, aunque muchas veces pueden llegar a considerarse fuera de lugar. Sus comienzos denotaron que estábamos frente a un joven lleno de impronta y mucha personalidad, característica muy peculiar de su idiosincrasia, que ostenta de buena manera el ser un pueblo que cree en sus capacidades y desde esa confianza las explota. Sporting de Lisboa lo recibió a corta edad y le brindó la posibilidad de formarse en un club grande que, por sobre todas las cosas, apoya mucho a sus jóvenes talentos y siempre les encuentra el momento y lugar ideales para lanzarlos al ruedo demostrándoles el necesario apoyo que todo debutante necesita para llegar a consolidarse. Hacer dupla con el temible Mario Jardel fue el empujón deportivo que le brindó el club luso a Cristiano Ronaldo a sus 17 años, coyuntura que aquel miúdo (niño) joven supo explorar y explotar a cabalidad convirtiéndose en pocos partidos como la sensación y quizás la reencarnación en aquel entonces por ser una posible mezcla entre el majestuoso Eusebio y Figo, visualización muy acertada en lo que realmente se convirtió a lo largo de los años. ‘CR7’ es un jugador electrizante y con características ideales para estar en equipos contragolpeadores porque imperiosamente necesita espacio para expandir su sello con velocidad y literalmente liquidar a cualquier defensa que intente frenarlo. Se siente incómodo en espacios reducidos y es por eso que cuando se ve envuelto en esas circunstancias juega a un toque de manera inteligente porque entiende a la perfección que de allí no saldrá su mejor versión. El tiempo lo fue puliendo y enmarcándolo como uno de los delanteros más letales de todos los tiempos, virtud que curiosamente nos hace pensar que es fácil lo que obtiene temporada tras temporada cuando realmente los que viven dentro del mundo del fútbol saben que es muy complicado poder ostentar semejantes números como goleador, más allá de jugar en uno de los equipos más grandes del mundo. El portugués produce respeto y admiración en todos sus adversarios porque demuestra que su ambición por llegar al gol es voraz y perenne, aspecto que lo lleva a pecar de egoísta constantemente y que en la mayoría de ocasiones trae desazón y caras largas en sus compañeros. Una habilidad extraña, casi robótica sumada a la casi perfección física lo han ayudado a resolver situaciones ofensivas impensadas brindando alegrías personales que también se transformaron en grupales. Y es allí donde -pienso- descansan todas las broncas y fastidios que produce en sus compañeros porque saben que ese egocentrismo, a la larga, trae réditos y logra cumplir los objetivos generales. Considero muy particularmente que Cristiano Ronaldo ingresó hace tiempo en el exclusivo abanico de futbolistas élite de la historia, gracias a que siempre dignificó su profesión, preparándose sin buscar excusas para explotar unas bondades futbolísticas poco comunes que, en su caso, se han impulsado desde un inmenso deseo de superación constante. (O)

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