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El Telégrafo
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Los sindicatos no paralizaron la producción y con ello no se concretó el objetivo político

La Conaie y el FUT deben asimilar el impacto de la indiferencia

La violencia de grupos que respaldan la marcha desdice del discurso de sus dirigentes. El apoyo popular se desvaneció y retrata la situación política.
La violencia de grupos que respaldan la marcha desdice del discurso de sus dirigentes. El apoyo popular se desvaneció y retrata la situación política.
14 de agosto de 2015 - 00:00 - Orlando Pérez, Director de El Telégrafo

La democracia parecería en nuestro país un ejercicio de resistencia. No se construye ni institucionaliza si no es a base de resistir los embates de los grupos de presión. Cuando todo parece que adquiere cierto orden o estabilidad, surgen los movimientos que impiden que sea a largo plazo, con tensiones y todo, pero para consolidar procesos democráticos. ¡Qué lata!

Lo ocurrido ayer (hasta el cierre de la primera edición, a las 18:00) deja en claro que entre el deseo y la realidad hay una distancia enorme, por lo menos en esos afanes de cambiar la política. Por más esfuerzos por instalar en el imaginario colectivo un levantamiento, paro o movilización general como factores reales de un despertar del movimiento social, los hechos dicen muchas cosas y no precisamente que la correlación de fuerzas haya cambiado sustancialmente. Parecería que entre lo que se dice en las redes sociales, en los medios y los escenarios mediáticos de oposición y lo ocurrido en las calles, carreteras y plazas existe un enorme vacío inexplicable.

Y si lo ocurrido ayer demuestra la fragilidad de nuestra democracia para generar procesos de largo aliento, también nos permite saber hasta dónde la responsabilidad de los actores políticos contribuye a todo lo contrario. ¿De cuándo acá Jaime Nebot, Guillermo Lasso, Álvaro Noboa y Lucio Gutiérrez constituyen el puntal de apoyo del movimiento indígena, de los sindicatos, de los llamados ecologistas y hasta de intelectuales y académicos del país? ¿Entenderán todos ellos (los políticos de derecha) que con su apoyo solo consiguieron levantar más sospechas de las que había con respecto a la supuesta legitimidad de una marcha y de un paro que no paralizó una sola fábrica ni un ministerio, prefectura o municipio?

Si toda la plataforma del FUT y de la Conaie fuese políticamente viable, con amplio apoyo popular y con un hondo sentido patriótico y democrático, esas figuras de la derecha no la habrían apoyado jamás. Eso nadie lo duda.

Pero hay algo más: la indiferencia social con todo esto que ocurre, con la misma convocatoria al paro general y para provocar un rechazo (y hasta la caída del Gobierno) de todo lo hecho en estos ocho años dice mucho. Y cargar con la indiferencia es uno de esos pesos duros porque ni siquiera hay cómo reaccionar, provocar o hacerse el loco. La indiferencia agobia de modos extraños. Y ayer, en un amplio porcentaje, los ecuatorianos se mostraron indiferentes con el objetivo último y/o fundamental de la marcha de la Conaie y supuesto paro del FUT.

Podría especular diciendo que también en otras ocasiones pasó algo parecido. Y no. Como ya se ha dicho en la verbalización popular: “Ya no se hacen los paros como antes”. Y tampoco se viven estas acciones de hecho como un termómetro de nuestra condición o nuestra angustia. Al contrario, paradójicamente: nunca antes un gobierno tuvo apoyo, movilizó gente, generó adhesión local y solidaridad internacional. Eso hace diferente el tema. Eso mismo implica que aquellos análisis y enfoques políticos desde los medios y desde ciertos académicos pequen de ilusorios y hasta fantasiosos.

En otras palabras: si en verdad quieren tumbar al Gobierno (aunque públicamente digan todo lo contrario por asumirse políticamente correctos) saben que sin una base popular, con un apoyo legítimo de las clases medias en todo el país, aquello no ocurrirá nunca. Y por lo mismo, nos han engañado, se han engañado y nos han hecho creer que todo esto llegó a su fin porque en sus círculos se piensa así, porque ciertas conversaciones elaboran los futuros más inverosímiles, como aquello de que ya quieren que se caiga el Presidente para “irse a la playa”.

La indiferencia y cierta indignación no enriquecen ningún capital político. Por eso, esta democracia no se fortalecerá ni mucho menos tomará otros sentidos para que la legitimidad política del Gobierno y de sus instituciones desaparezca porque no están ahí los banqueros para dirigirlas ni tampoco los ‘activistas’ para definir sus políticas públicas.

La verdadera participación política, además, ha estado en la discusión de las leyes y en las mesas de diálogo, por más invisibilidad montada desde los medios para desconocer a la sociedad civil que se ha involucrado en ellas.

Después de escuchar los primeros balances de lo ocurrido ayer solo deja entrever algo de decepción o de desconcierto. Esos dirigentes, como Carlos Pérez Guartambel, que habló el miércoles en radio Atalaya de Guayaquil, donde aseguró que “Correa está caído” o “se acabó la dictadura” sin haber ni siquiera empezado el ‘paro’, se han engañado gratuitamente. Lo sensato en estos casos es asumir la realidad en su complejidad, por más dolor que cause. Bastó escuchar las especulaciones del resultado para entender hasta dónde esos pronósticos conducen a engaños enormes.

Nada más práctico para este momento posterior que establecer un efectivo diálogo. Es hora de que las bases de la Conaie y del FUT exijan a sus dirigentes que se sienten a conversar en el marco establecido por Senplades. ¿Difícil? Parecería que si se actúa con responsabilidad histórica, pensando más allá de las circunstancias y de los egos personales, en la próxima semana deberíamos ver a esos dirigentes con propuestas concretas, viables y efectivas. Y, ¿por qué no?, a un Nebot, Lasso, Noboa o Gutiérrez facilitando el diálogo, alentando a todos los medios a generar esos espacios para la conversación franca y sobre puntos concretos, y no sobre los programas de gobierno de los candidatos de 2017.

Finalmente, el movimiento indígena tuvo episodios potentes en 1990, 1996, 2000 y 2006. Si no se firmó un TLC con EE.UU. fue por la movilización popular de los indígenas y ciertos sectores sociales. Las caídas de presidentes sin su concurso eran arreglos ocultos de las élites. Y la construcción de una identidad con fuerte acento indígena también nos devolvió a nuestra real condición de mestizos y no de ‘blanquitos’. Es un poco triste mirar cómo se degrada esa potencia política por ubicarse en el territorio del proselitismo al que lo conducen unos pocos dirigentes bastante ingenuos y por la habilidad de otros que usan perversamente al movimiento para sus aspiraciones económicas y personales. Ojalá la evaluación real de estos días y de lo ocurrido ayer hasta las 18:00 obligue a los analistas a dejar de lado cierta pasión para entender por qué hemos llegado a este punto. (O)

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