Es de sobra sabido que las elecciones son solo una dimensión de la política; así también, que resulta mucho más fácil ver las cosas en retrospectiva que en prospectiva y señalar lo que ‘debió’ hacerse. Las primeras reacciones de Alianza PAIS ante los resultados electorales invitan a considerar que debió contar con una lectura más matizada, más abarcadora, pues ha primado una lectura un tanto inmediatista, emotiva, que le vuelve ciega a la apreciación de su rol protagónico en la configuración de un campo de izquierda y progresista en el país en estos años, dejando pendiente una interpretación electoral situada y ubicada en el marco más amplio del proceso político de cambio.

Dependiendo de con qué lente se mire, pueden matizarse las ponderaciones sobre derrota y crisis que han predominado en los primeros momentos, visiones no exentas de cierta ingenuidad política y que, en unos casos, hasta han terminado por hacerse eco de las interesadas caracterizaciones y conjeturas de la derecha sobre lo que sucede en AP.

Sea cobijadas en alianzas expresas o tácitas, o hasta incluso jugando a la oposición, organizaciones políticas preexistentes o nuevas se han revitalizado y crecido en un ambiente de cambio ideológico y político liderado por AP; ser de izquierda y progresista ha sido en estos años, como nunca antes en nuestra historia, una buena carta de presentación. Se observa así en el resultado electoral la configuración de un campo con variados actores e iniciativas que, por razones que se ventilan en estos días, adoptaron distintas expresiones electorales, sin que eso suponga necesariamente erosión del apoyo nacional a la Revolución Ciudadana, que se mantiene incontestable como lo prueba la oportunista maniobra de candidatas/os de declararse afines al Presidente Correa o de evitar alusiones a su condición de opositores al gobierno durante la campaña.

En un proceso de esta escala, que desborda los contornos de AP, no es extraño –por más que no sea deseable- que surjan cría de cuervos, oportunismos de distintos tipos, inconsistencias ideológicas, que los medios se queden cortos frente a los fines transformadores, todo lo cual debe ser visto y tratado sin poner en riesgo la riqueza y potencialidad de lo adelantado, sin ‘botar al bebé con el agua sucia’.

Abordar el balance y autocrítica que se anuncian solo desde una perspectiva de errores, culpables y purgas, sería contraproducente y hasta injusto, agravaría algunas percepciones internas de desequilibrio en la representación y el reconocimiento, según trayectos militantes, y llevaría a un retroceso.

Desde las lecciones de esta experiencia electoral puesta en perspectiva se impone una nueva etapa de consolidación organizativa, de fortalecimiento ideológico y político, que permita recoger y organizar voluntades y compromisos latentes, que asegure la continuidad de un proceso de cambio en el que la mayoría del país cree.