Unos meses en la Mitad del Mundo
Llegué a Ecuador en abril de este año para desarrollar una pasantía por mis estudios. Un país donde nunca había puesto el pie y que parecía chiquito en el mapa. No obstante, es uno de los países más grandes que he visto. Grande, en primer lugar, por su gente, que me acogió de la mejor manera e hizo que a más de 10 mil km de mi casa nunca me sintiera extraño.
Los lindos acentos de un castellano que redescubrí, las sonrisas y los brazos abiertos marcaron mi día a día. La expresión francesa “tener el corazón en la mano” pega perfectamente acerca de lo que sentí por la generosidad de los ecuatorianos. Yo era el extranjero que hospedaron e invitaron a entrar en su intimidad, considerándome desde los primeros momentos como uno de los suyos.
Grande también por su diversidad. Comenzando por Quito, donde viví. Esa sorprendente capital encaramada en los Andes, con su densidad y sus contrastes así como con una actividad intensa que traduce su mutación rápida. De la característica más destacable de ser una ciudad de tamaño de población parecida a París se añaden la belleza de sus colores y sus encantos escondidos que se dejan descubrir con el tiempo. Tomando el bus desde Quito, pude acercarme de las multitudes de mundos que componen el país. Viajar unas horas abre las puertas al encuentro con nuevos paisajes, nuevas culturas brillando bajo una paleta de colores de una intensidad que desconocía entonces.
De las comunidades de la provincia de Chimborazo, del trozo de Costa pacífica que conocí, pasando por la linda Ibarra hasta el principio de las tierras amazónicas, me maravillé frente a tanta diversidad y belleza. Es admirable ver que en un mismo país siguen luciendo identidades milenarias. Volver no es una hipótesis sino un compromiso. Un abrazo del corazón desde Francia.
Tristan Ustyanowski- Estudiante francés encantado con el Ecuador