Gracias a Ecuador y a su gente por este año cheverísimo
Estuve en Ecuador durante un año. Viajé por el país, estudié en la Universidad Andina Simón Bolívar e hice una pasantía en diario EL TELÉGRAFO. Decidí ir a ese país porque me interesaba el proceso político por el que atravesaba, así como por sus paisajes y la cultura que es distinta a la de mi país de origen: Francia.
Pude recorrer por varias de sus regiones y apreciar las diferencias entre las culturas de cada una. Visité la Costa donde pude estar muy cerca de las ballenas gigantes. Conocí Cuenca, Riobamba, el Quilotoa, al Guagua Pichincha, las termas de Papallacta y muchos lugares más. La provincia que más me gustó es la de Imbabura. Allí conocí ciudades como Ibarra y Otavalo y sus lagunas. Fui por algunos pueblos como San Clemente, Urcuquí, Cahuasquí y Ambuqui.
Algo más que me encantó de mi viaje fue la comida. Disfruté mucho de los cevichochos, ceviches, encocados, encebollados, tilapias, hornados, corviches, sopas y los helados de paila.
En Quito, viví cerca de la Plaza de las Tripas en la Floresta. Este lugar era uno de mis favoritos por su ambiente y la dinámica de la gente que no se compara con ningún sitio en Francia.
De mi vida quiteña, recordaré las caminatas por la Mariscal o por Guápulo, unas subidas que te quitan la respiración.
Los colores de los lindos trajes tradicionales de la mujeres, los sombreros indígenas, el olor del palo santo quemado, los ambientes de los mercados en los pueblos, los pitos de los carros en Quito, las expresiones como “mi veci, mija, los mijines, chuchaqui, pana, biela, el guagua, chévere, chumado, un besote”.
Mathilde Le Roux Larsabal, 22 años