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Ecuador, 26 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo

Somos la marea que nos mueve

Somos la marea que nos mueve
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Han pasado veinte años cuando miraba por encima del hombro, desde el puesto del copiloto, cómo removían el piso en una de las primeras etapas de lo que iba a ser el Malecón 2000. Fue ahí cuando pensando en los diseños que había visto en un periódico sobre el proyecto, me pregunté por primera vez: ¿cuál es la identidad de Guayaquil?

Más que un pensamineto recurrente, esa pregunta se convirtió en un zumbido en la parte de atrás de mi cabeza, al que siempre estaba atenta. En estos veinte años he tenido el privilegio de trabajar en distintas zonas del centro, en ellas he observado con sosiego, y muchas veces con recelo, sus cambios de adoquín y cemento, he caminado junto a gente divertida -que no sabe que estoy escuchando sus conversaciones- entre palmeras que no dan sombra y bajo antiguas acacias que te abrazan de brisa. He respirado una ciudad más limpia y he criticado una ciudad que destruye demasiados tesoros arquitectónicos que pasan desapercibidos. Soy una enamorada confesa del centro de Guayaquil. Y como toda enamorada, la idealizo.

Fue en el silencio y durante la tensa calma de la pandemia, mirando al río Guayas (del que también estoy enamorada) que la respuesta me golpeó por primera vez: Guayaquil es una ciudad trans. Ese gran Guayas que ha forjado nuestra historia trayendo y llevándose la conquista, los piratas y el comercio es un río, al que siempre le decimos río, pero que es también ría. Es un río que acaricia el golfo mientras escapa y es una ría que vuelve cuando el Pacífico crece. La historia de la ciudad se ha mecido al vaiven de sus mareas, su poética es justamente ser río y ría a la vez.

Es ese movimiento el que nos identifica. Esta ciudad que grita de vereda a vereda, que se incendia, que se reconstruye, que cada vez usa menos su río y relega el potencial y la belleza de sus esteros, que crece sin plan, pero que no para de crecer. Quizás me aventuro mucho pero mirando hacia atrás y observando en presente creo que la única verdadera constante de Guayaquil es el cambio.

Hemos sido ciudad colonial, ciudad río, ciudad independencia. Ciudad moderna, ciudad pandemia, ciudad corrupta y ciudad que se levanta. Hace pocos días desde una ventana del Hospital Luis Vernaza veía las pruebas de la aerovía, con las cabinas aún vacías, e imaginaba qué cambios veremos en veinte años, quiénes seremos en doscientos más. (O)


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