Más mujeres para una mejor política
Histórica y culturalmente se ha entendido que el papel de las mujeres se desarrolla en los espacios familiares, privados o domésticos, con la consecuente responsabilidad de la crianza de los hijos y las hijas, el sostenimiento del hogar y la satisfacción de su pareja. El papel de los hombres por su parte, ha sido entendido como aquel que se desenvuelve en la esfera de lo público, el saber, el mercado y la política, con la consecuente responsabilidad de proveer económicamente, manejar los asuntos públicos, el Estado y la producción de conocimiento científico.
Esta separación de lo público y de lo privado, desde los géneros, ha traído consigo el hecho de que la responsabilidad de cada uno de los sexos con respecto a su rol en la sociedad, se conciba solo desde lo que le es permitido ser a las mujeres por el hecho de ser mujeres y lo que le es permitido ser a los hombres por el hecho de ser hombres.
La vida cotidiana de los hombres y mujeres se concibió entonces, para desenvolverse en lugares diferentes, bajo reglas, valores y oportunidades diferentes. La consecuencia de haber organizado nuestras sociedades de esta manera, es que a la mitad de la población durante siglos se le negó el derecho de aprender, disfrutar y participar de la vida familiar y doméstica y a la otra mitad, de aprender, disfrutar y participar de la vida por fuera de esas fronteras. Un pierde-pierde disfrazado de gana-gana. Al no tener voz en aquellos espacios en donde se decidían rumbos, a la mujer se le negó la oportunidad de que su contribución sea reconocida y se le negó el derecho de poder escoger el rumbo sobre si misma.
A pesar de los cambios de las últimas décadas, los arraigos culturales hacen que en la práctica algunas personas “importen” más que otras. Siendo los intereses, necesidades y concepciones de ese grupo particular, presentados como la realidad y necesidades de todas las personas. El reconocimiento legal de los derechos de las mujeres no ha estado acompañado de condiciones efectivas para ejercerlos y gozar de ellos.
Entre las diversas formas de participar en los destinos del mundo, los escenarios de participación política resultan decisivos. Y no hay mejor manera de ganar espacios que trabajando en redes. Las mujeres hacemos y conocemos el trabajo en red desde siempre, pero mayoritariamente lo hemos limitado a temáticas triviales y domésticas; hemos conformado equipos de trabajo para recoger niños y llevarlos a la escuela y hasta para brindar apoyo a alguna amiga necesitada, pero ahora es tiempo de que esa capacidad innata salga de la esfera personal y alcance lo público. Es indispensable que las mujeres sean gestoras del empoderamiento que demandan y abandonen la zona de confort para ser protagonistas en los espacios de participación política y trabajen –desde el sistema- por desarrollar mecanismos que mejoren la situación de sus derechos y el acceso a oportunidades.
El número de mujeres en cargos públicos no es ninguna garantía de que se implementen políticas públicas inclusivas y equitativas, es una presencia numérica que afecta las estadísticas de participación por género pero que no refleja necesariamente un sistema democrático y político más incluyente. Por eso es importante que todas nos involucremos y es urgente que empecemos a dar forma a ese barro que llamamos cambio.
Que haya sillas vacías y proyectos sin rodar no siempre es responsabilidad del director sino también de los actores que no van al casting ni toman su espacio. (O)