Entre Calcuta y Miami
Te encuentro más en mis recuerdos que en tus propias calles. Crecí en el Centro, ese corazón efervescente tan tuyo, y que mi vejez y nuestra distancia hacen cada día más mío. Te he vivido de mil formas: como peatón, como arquitecto, como urbanista y como ese escritor tan despreciable, que nunca ha publicado nada.
Sé cómo eras. Fulgurante. Tu 9 de Octubre tenía enormes letreros de Neón, y una actividad imparable. En la misma bocacalle podíamos ver teatro callejero, intérpretes de música andina y Hare Krishnas. Una vez al año, tu boulevard se llenaba de kioscos, donde solo se vendían libros. En esa misma calle se celebraban las victorias futboleras de aquel Astillero, que solo vive en tu memoria como la cuna de tus equipos más emblemáticos. Allá, en lo que fuera el barrio de los migrantes; donde se mezclaban escoceses y fluminenses; gallegos, libaneses y guayaquileños quebrados, ya no queda nada de tu vitalidad. Cuadras vacías donde antes se construían barcos y edificios abandonados donde antes había fábricas palpitantes. A tus doscientos años, tus anhelos comienzan a coexistir con tus fantasmas.
Sé también cómo querías ser. Cuando aún eras joven y pujante, muchos visionarios te soñaron maravillosa, con una avenida Olmedo que llegaba hasta la 9 de Octubre; y con un Parque Municipal que iba desde Pedro Moncayo hasta José Mascote, desde El Oro, hasta Gómez Rendón. Sin embargo, de esos sueños nos quedan recuerdos distorsionados: el fantasma del Malecón del pasado -con una belleza distinta a la de nuestro Malecón contemporáneo- y un romántico impostor inglés, sentado de manera descarada en el sillón de Olmedo.
Sé también cómo eres, por más que lo niegues. Tienes una vida doble. Tus habitantes se desenvuelven entre el glamour y la miseria; entre Calcuta y Miami. Para opacar tu dolor, te crees inefable, pero a solas lloras humanamente tus falencias y tus muertos. Tu soberbia te mantiene firme y aguerrida, aunque a veces, aislada. Por dentro mueres por dejar de aparentar y tomarte una biela, escuchando a Hugo Idrovo o a Julio Jaramillo.
Eres la pelada difícil que logré entender, pero jamás conquistar. Quizá por eso te estudio de lejos. Sostengo que es la distancia entre nosotros la que aún mantiene vivo nuestro extraño amor sin consumar. Tal como explica “Montesco y su Señora”, el más sublime de los amores puede morir destrozado por la consumación y la rutina.
Te quiero tanto, que prefiero ignorar tu futuro. Hay misterios que deberías guardarte para futuros amores. (O)