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Versatilidad y sencillez, los dotes de Mirella

Versatilidad y sencillez, los dotes de Mirella
10 de julio de 2017 - 00:00 - Redacción Telemix

Lejos están aquellas clases de piano  que tomó en Francia, donde los estudios trascendentales de Litz coparon la vida de Mirella Minervini Lanata, a los 19 años. Fue la época en que adquirió técnicas, destrezas y concienciación de una carrera que más adelante le permitiría ser una reconocida cantante guayaquileña.

No es excéntrica y se distingue por su melena rizada y un look sencillo. Así fue como se mostró en el programa Ecuador Tiene Talento, de Ecuavisa, cuando sorprendió con la interpretación del tema La vie in rose. Con la misma sencillez relata sobre sus memorias, algunas que develan las anécdotas como pianista y otras donde destaca la versatilidad de su voz para adaptarse a los nuevos géneros.

Desde que tuvo uso de razón su vida estuvo ambientada de música por su padre Emilio Minervini, quien fue trompetista y guitarrista; sus hermanas, Silvana y Gioconda, en el piano; y su madre, Carmen Lanata, deleitando con su voz.

Los inicios en la música

La formalidad llegó cuando tenía 9 años y sus padres la inscribieron en el Conservatorio Nacional de Música Antonio Neumane. Paralelamente a ello, sus estudios básicos los realizaba en el Colegio Nacional Guayaquil, donde escogió la especialidad de físico matemático en la que se graduó con 19/20. Lo paradójico es que en esta entidad no deslumbró como artista musical sino como cachiporrera, liderando con el bastón varios eventos cívicos.

En el último año de conservatorio, en 1986, compitió en el Concurso Nacional de Piano Guillermo Wright Vallarino, en Quito, en el que ganó una beca de dos años para piano en el Conservatorio Europeo de Música en París.

“Me tomaron una prueba de ingreso y me cogieron en nivel superior, fue brutal al principio, lo que hacía aquí en el Neumane en un año, allá me lo exigían en un mes; entonces me enfrenté con la cruel realidad de que el artista debe sentarse mínimo 8 horas diarias y para los exámenes nos daban obras obligatorias larguísimas”, recuerda la concertista y añade que durante  esos días conoció a una profesora de solfeo admiradora de su voz que le dio clases gratuitas, un estímulo que más adelante lo tomaría en serio para convertirlo en su labor.

Cuando concluyó el posgrado el conservatorio europeo solicitó su continuidad, pero sin la gratuidad, pero como su padre enfermó de cáncer a la piel y sin los recursos económicos tuvo que regresar al país.

De lo lírico a lo popular

Iniciaba la década del noventa y  los ‘pianoman’ en restaurantes y recepciones de hoteles eran la diversión nocturna de los guayaquileños. Este mercado era una oportunidad redonda para alguien que contaba con estudios musicales, siendo el machismo aferrado a la mentalidad de ciertos empresarios que prefirieron contratar a pianistas hombres lo que le causó un sinsabor a su llegada a Ecuador.

Sin embargo, otras oportunidades se presentaron como la que le dio el Teatro Centro de Arte, que recientemente había sido inaugurado, donde la contrataron como docente;  al igual que el Instituto de Danza Raymond Mauge Thoniel, en el que labora hasta la fecha.

El salto de pianista a cantante marcó su nueva etapa artística. “Comencé en la iglesia  de mi parroquia, Santa María del Paraíso, y no fue más que empezó a llegar el billetito y a aparecer gente para que cantara en la misa de acción de gracias, de réquiem y ahí me di cuenta que había más movimiento y como me gustaba cantar, ahí empezó esto”.

Aunque en su niñez la amamantaron con melodías italianas y por su aprendizaje conoció temas franceses y alemanes, los géneros de su preferencia son el jazz y bossa nova. “Me di cuenta de que no podía pasar un  show completo a punta de jazz, máximo 2 o 3 temas y se acabó, pero la gente quería escuchar su música, lo entendí rápido y comencé a armar mi repertorio con lo nacional y  me aprendí pasillos y boleros”.

Con facilidad para adaptarse a las nuevas tendencias, en la actualidad  Minervini puede cantar un O sole mio o la Garota de Ipanema hasta ir al compás de un reguetón. Es un trabajo que realiza con su colega Tito Henzel, quien la acompaña con su guitarra en varios eventos bailables. “Quizás no es el género en el que yo me luzco y saco mi voz, pero en el momento que veo que la gente es feliz yo me siento bien”.

Satisfecha con su trayectoria y  agradecida por el apoyo que aún recibe del público, sugiere a quienes gustan del arte una  búsqueda y reconocimiento a los nuevos artistas nacionales, así como la iniciativa para asistir a sus eventos que no son tan caros como los extranjeros. (I)

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