Trova, rocola y reggaetón, con tintes de Revolución
Le llaman ‘la Parada Dos’ y se la encuentra al fondo de la avenida Domingo Comín, en el Guasmo. Es un sector en el que el concreto es la alfombra de amplias avenidas que a diario ven pasar al ciudadano común, ese de esencia altruista que habita en esta húmeda ciudad, aquel que es amigo de todos, que no le niega a nadie un favor.
Es sábado, pero no es un sábado común. Hoy hay dos fiestas grandes en Guayaquil, una amarilla y una verde. La primera pertenece a Barcelona y tiene su sede en el estadio Monumental, la segunda, de la que se habla en esta crónica, la organiza el Movimiento PAIS y tiene como estrella al cubano setentero Pablo Milanés y al dúo venezolano Chino y Nacho.
La Parada Dos es el escenario de esta última, por eso tres avenidas llenas de buses provenientes de todos los rincones del país se enfilan alrededor de ese sector del sur. El verde limón predomina en los atuendos; aquel con el que PAIS convirtió en presidente a Rafael.
No es un mitin, es una fiesta de cumpleaños, se celebra el nacimiento de una vida a la que ese movimiento político bautizó con el nombre de Revolución Ciudadana.
Son ya las 17:30 y los miles de turistas que van llegando en buses se unifican con el pueblo guayaquileño.
El barrio está dividido, unos ya salieron a alentar al equipo en la Noche Amarilla y otros miles ganaron puesto desde temprano en la zona para quedarse a ver el show, que toda la semana prometió música para todos los gustos.
Ya terminó el discurso de Rafael Correa. El ‘presi’, como le dice su pueblo, llegó al escenario después de ofrecer su Sabatina en Morona Santiago.
Se baja de la tarima sonriente, con su ya característica camisa artesanal de color blanco. Luego de dejarse disparar unos cuantos flashes con los fans que estaban cerca, se sienta en primera fila, al lado de su madre, la número uno de sus seguidoras.
Detrás de él todo un pueblo aguarda por el plato fuerte. Calles enteras están convertidas este sábado 18 de enero en un auditorio al aire libre, cubierto por un cielo que amenaza con llorar, pero que no termina de concretar su casi inevitable decisión hasta el final del show.
Teniendo como único preámbulo una discreta presentación de parte de Katiuska Peralta y Mauricio Cevallos, elegidos como maestros de ceremonia de la fiesta, apareció en la escena el cubano Pablo Milanés.
Su presencia se notó cuando con ese inconfundible tono de voz protesta entonó: “Dónde estarán / los amigos de ayer... / La novia fiel / que siempre dije amar...”.
Esa manera de saludar con una canción es un estilo que marcan los cantantes de trayectoria considerable.
Lo tradicional es que después de un preámbulo musical el artista se dirija al público y ofrezca el saludo formal, que por lo general viene vestido de la protocolaria frase: “Buenas tardes, Guayaquil”. Sin embargo, a Pablo Milanés, o se le pasa por alto, o simplemente no lo considera necesario, y solo se dedica a cantar, de forma lineal y metódica.
Dejando de lado ese particular, la presentación de este emblema de la música protesta es por demás impecable. Llega vestido de negro total y luce anteojos. Entrega una interpretación sentida desde el alma, con gestos faciales acentuados y ojos cerrados cuando la lírica lo amerita.
Un tema tras otro cae ante un público de todas las edades. Se realizan acercamientos al Presidente, quien junto con algunos rostros conocidos de su gabinete parece disfrutar en gran medida la actuación del cubano. Otros, los que llegaron hasta allí por ver a Chino y Nacho, probablemente no tienen idea de quién es Milanés.
Se sabe esto último por las conversaciones que surgen entre canción y canción: “Esa sí creo que la escuché hace años”, confiesa a su pareja una chica de no más de 20 años mientras en tarima suena una versión jazzeada de ‘La vida no vale nada’, clásico innegable del artista, quien acaba de lanzar su álbum ‘Renacimiento’.
Entona varios éxitos durante casi una hora de actuación. Se suman ‘Para vivir’ y ‘Yo pisaré las calles nuevamente’. Sobresale durante su presentación el colega encargado de poner los vientos. A sus pies se posan todo lo que utiliza en el show: trompeta, clarinete, flauta y un saxofón de sonido nítido que es capaz de hipnotizar cualquier oído. La banda se complementa con teclados, batería, percusión cubana y bajo, todos con participación perceptible.
Milanés hace su trabajo sin dirigir al público una sola palabra. Llega en silencio y se va de esa manera, no sin antes regresar a cantar la última y desaparecer por completo.
Cae la noche y la lluvia espera que la fiesta termine, quizás no salga hasta esta madrugada. Vendedores hacen su agosto con canguil, con churritos, con ‘agua, cola o V220’… Globos verde limón se mezclan en la fiesta, al igual que banderines del mismo color que le dan al auditorio urbano un toque ornamental.
Otro sector humano espera paciente el receso de 15 minutos obligatorio para la presentación de los venezolanos Chino y Nacho. Los seguidores de este dúo son jóvenes y niños que llegaron con sus padres entusiastas. “Diversión para todos los gustos”, pregona la presentadora antes de anunciar a la pareja de artistas, que aparece en una puesta en escena pomposa, con fuegos artificiales que casi generan un conato de incendio en una de las luces de la tarima.
Antes de ellos llegan también talentos locales, como Jorge Luis del Hierro y Aladino, el ‘Mago de la Rocola’, que con su ya particular estilo altruista no duda un instante en tomarse fotos con su pueblo, aquel por el que hizo famoso su número convencional y que disfruta sus canciones con maní salado, queso y mortadela.
De todo dio la mata de la fiesta de la Revolución, que duró hasta pasadas las 20:00 en el Guasmo Sur.