Stacee Jaxx es el eje en los sueños de Drew y Sherrie
El simple hecho de que Tom Cruise forme parte del elenco ya es un gancho comercial y eso que para nada es alguna memorable actuación. A estas alturas de su trayectoria con el nombre basta.
Y aunque no es el protagonista de ‘Rock of ages’ (La era del rock, según la traducción para Latinoamérica), su personaje incide en los demás. Es más bien como un eslabón del filme basado en el musical de Chris D’Arienzo que Kristin Hanggi montó en el tablado por primera vez el 27 de julio de 2005.
La historia se ambienta en 1987 durante los últimos años del glam rock -con bandas de melenudos, a punta de spray- que hacía transición con las nacientes boy band -estilo New Kids on the Block- y el grunge.
El reto de Adam Shankman es resumir en 123 minutos los dos actos de la obra original, con la musicalización de Adam Anders y Ärstromg Peer, basado en las mismas canciones de bandas ochenteras como Nigth Ranger, Warrant, Poison, Guns N’ Roses, Def Leppard, Foreigner, Twisted Sister, Starships, REO Speedwagon, Journey y solistas como Pat Benatar.
Aunque se mantiene a la mayoría de los personajes, entre ellos los estelares Drew (interpretado por el mexicano Diego Boneta) y Sherrie (Julianne Hough), la versión fílmica tiene sus variantes con relación a la teatral. En esta última Lonny Barnett (encarnado en el cine por Brandon Russell, el ex de Katy Perry) narra la historia.
En la película es el socio de Dennis Dupree (Alec Baldwin) en The Bourbon Room, el bar de moda de la convulsionada Sunset Strip, de Los Ángeles. Y hay un agregado en la adaptación a la pantalla gigante: Barnett y Dupree se declaran gays durante una fugaz bancarrota.
En el teatro, Stacee Jaxx, el siempre ebrio y drogado personaje que interpreta Cruise, es perseguido por la justicia como un violador de menores, mientras que en la versión cinematográfica él pisa tierra -a medias- cuando conoce a Candance Sack, la periodista de la revista Rolling Stone (interpretada por Malin Akerman) que le revela las estafas de su ‘mánager’ Paul Gill (Paul Giamatti).
En la obra original los antagonistas son Klineman y Franz Hertz, quienes quieren demoler The Bourbon Room para negocios personales, argumento que dista del sentido que siempre ha estereotipado al rock: sexo, droga y hasta satanismo.
Por eso Justin Theroux, Allan Loeb y el mismo D’Arienzo reemplazan a los Hertz por Patricia Whitmore (Catherine Zeta-Jones), la esposa del infiel alcalde de Los Ángeles, quien más que activista religiosa es una víctima de Jaxx. Él está ligado a Barnett y Dupree porque en 1977 fue descubierto como cantante en The Bourbon Room, el bar de ambos.
Y en ese sitio, diez años después, la historia está a punto de repetirse pero con Drew, uno de los cantineros que quiere heredar la fama de Jaxx y encandila al inescrupuloso Gill.
El resto son empates -obvios de un musical- en ciertas situaciones como la llegada a la ciudad de Sherrie, los enfrentamientos entre las activistas contra Barnett y otras, con las canciones de los verdaderos rockeros ochenteros que los personajes toman como suyas.
Una de ellas es ‘Dont stop believing’, de Journey, la que supone el éxito de Drew. Y claro, para incrementar la jocosidad que -a ratos- tiene el filme, a los guionistas se les ocurrió que Barnett ‘saliera del clóset’ con Dupree, a través de ‘Can’t fight this feeling’, la clásica ‘ballad power’ de REO Speewagon.
Cada actor canta con su propia voz -aunque algunos como Cruise deberían quedarse solo como actores-. Sin embargo, Diego Boneta y Julianne Hough sí sacaron ventaja. Ambos son cantantes profesionales, incluso ella, es bailarina -talento que explotó en algunas escenas de la decadencia que sufre Sherrie -al punto de trabajar como stripper en un club-.
Son los recursos de los que se valió Shankman para escoger a su reparto en lo que se supone reaviva los musicales en el cine -el anterior fue Mamma mia! (2008)-, pero ahora con Cruise como enganche.