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Ecuador, 23 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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Slash unió a varias generaciones en Quito

Saul Hudson ‘Slash’ durante el concierto ofrecido en Quito. Foto: Marco Salgado / El Telégrafo
Saul Hudson ‘Slash’ durante el concierto ofrecido en Quito. Foto: Marco Salgado / El Telégrafo
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Con la estatura que tiene y su fisonomía de boxeador, Saul Hudson ‘Slash’ difícilmente puede pasar por la cuerda floja, pero se equilibra perfectamente sobre el sexteto de cuerdas de acero de su guitarra.

La ilusión se completa frente a un muro formado por amplificadores Marshall y por la minitarima que pone frente a la batería, al pie de un cañón que no deja de disparar aplausos y ‘oles’ ni siquiera durante los 10 minutos que al guitarrista le toma ejecutar su más especial solo, con la habilidad de quien puede simular una improvisación ante miles de oyentes.

Hace 3 décadas, Slash sustituía a Tracii Guns —posterior fundador del grupo L. A. Guns— en el proyecto que Axl Rose había puesto en marcha. Mezcla de hard rock setentero, hair-metal de la Costa Oeste estadounidense y punk, a Guns ‘N Roses no le faltaba glamour pese a los estruendos que provocaba cada tanto y su disco Apetite for Destruction (1987) se reveló al mundo como el síndrome de un quinteto que para la década de los noventa disputó, junto con Metallica, la nada desdeñable etiqueta de “la banda más famosa del mundo”.

La línea del tiempo sobre la que Slash salta —al son de un duck walk más rápido que el blues de Chuck Berry, pero no tan acelerado como el tempo del heavy metal— parte de los suburbios londinenses de hace casi medio siglo y se musicaliza mientras cruza el charco hacia Los Ángeles, cuando, en los sesenta, su abuela le regala su primera guitarra, pero no es hasta que la canción ‘Rock’, de Aerosmith, llega a sus oídos, que Saul se decide convertirse en guitarrista.

La abuela, responsable de su ascendencia afrosemita, había sacado de un armario el instrumento al que le faltaban nada menos que 5 cuerdas. Quizá se la obsequió como un adorno o como una metáfora de la vida, de los riesgos que trae caer al vacío, en picada. No se sabe. Pudo ser una paradoja, incluso, como la de mezclar rosas con pistolas, perfume con pólvora o a 5 calaveras con una cruz de oro. Lo cierto es que Slash le contó a diario El País que un profesor, “el señor Watanabe” le enseñó a tocar a la española —a la malagueña, para ser más específicos—, basándose en un aire popular parecido al fandango, con que se cantan coplas de 4 versos octosílabos.

Luego, el primer salto, Chuck: del blues al jazz y al rock. Todo a ritmo de flamenco. Alguna vez Slash admitió: “conozco a Paco de Lucía y mi abuela me descubrió a Andrés Segovia”.

La gloria, en cada paso, era cuestión de los espectadores, de los oyentes que, hipnotizados por sus riffs, han llegado a comprar 100 millones de copias de sus discos. A quién le importa ahora que Poison lo haya rechazado luego de una audición a inicios de los ochenta, o que el grupo Road Crew, formado en 1983, no sea más que la etiqueta, escasa de reminiscencias, con que inició su carrera, ¿a quién? A ninguno de los que fueron a verlo por primera vez en un escenario quiteño la noche de ayer, seguro. Aunque fueran los miles de adolescentes que simulan ser Slash frente a la guitarra falsa de Guitar Hero, menos si se trataba de quienes perdieron la inocencia con los discos que antes de los noventa lo llevaron a la fama.

El Sunset Streap de los ochenta quizá ya no existe, y tal vez la gran década no es más que un recuerdo, una estética pasada, pero, según afirmó el guitarrista en la rueda de prensa efectuada la noche del martes: “hoy la escena es algo más global; el rock está cambiando para bien”.

Su caminar dejó una huella dorada cuando su estrella llegó al Rock Wall of Fame —muy cerca de Van Halen—; sin embargo, sigue pisando el suelo y hasta arribó al Aeropuerto Mariscal Sucre con el estuche de una de sus guitarras en la mano izquierda y que acompañó las composiciones de artistas tan disímiles como Lenny Kravitz, Sammy Hagar, Alice Cooper, Rod Stewart, Eric Clapton, Motörhead o Michael Jackson.

Lo suyo es seguir disparando y recibir el ramo de flores rojas que una niña le ofreció al final de su encuentro con la prensa local o una caricatura que lo retrató. Todo en el par de horas que difícilmente se nos borrarán de la mente, entre cintas de papel blancas y rojas y sus innumerables clásicos, para los que cualquier descripción sobra y de los cuales quizá el único testimonio fiable son los recuerdos pese a la proliferación de fotografías y videos como los que acá compartimos con ustedes.

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