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LOVG, un viaje por el pasado y lo moderno

LOVG, un viaje por el pasado y lo moderno
25 de mayo de 2012 - 00:00

La mezcla de ritmos que saltaban con armonía, desde el rock hasta la electrónica, sin olvidarse de los temas románticos, marcó el concierto de La Oreja de Van Gogh en Quito, que mantuvo a los asistentes en pie durante el concierto, pese a que se celebró en un aforo con asientos.

Con las luces apagadas, con tan solo un tenue destello azul, el quinteto vasco saltó al escenario con la canción Día cero, de su último disco de corte electrónico Cometas por el cielo, que da nombre de su gira por Latinoamérica. Fue en ese instante que la sutil voz de la cantante, Leire Martínez, quien hace cuatro años ingresó a la agrupación en reemplazo de Amaia Montero, rompió el silencio del Ágora de la Casa de la Cultura.

Vestida con chaqueta de cuero negra, camiseta, mallas y botas del mismo color y una falda con lentejuelas plateadas, la intérprete propuso un show energético que la hacía recorrer de un lado a otro del escenario sin importarle el mal de altura que sufre el viajero al llegar a Quito, a 2.800 metros en la cordillera andina.

Aquella efusividad fue respondida por los cientos de presentes que, a pesar del reducido espacio, prefirieron dejar sus asientos y disfrutar de pie el concierto, bailar y corear cada una de las canciones que había preparado el quinteto español.

El espectáculo continúo con Esta vez no digas nada, otra de las canciones de su último álbum, y en la que Leire Martínez mostró su conexión con sus compañeros de grupo, Pablo Benegas (guitarra), Álvaro Fuentes (bajo), Xabi San Martín (teclados) y Haritz Garde (batería).

Los gritos del público acompañaron el arranque de la tercera canción, Cuídate, una de las composiciones que hizo saltar a la fama al grupo, que comenzó su andadura en los noventa, pero que consolidó su carrera hace doce años.

Eso se observaba entre el público, en el que había desde cuarentones con corbata, que han madurado con la música, pero también adolescentes que han sido cautivados por los ritmos de esta banda que experimenta con la música electrónica.

Al presentar Promesas de primavera, también del último disco, la cantante de La Oreja de Van Gogh resaltó que era una canción que “nació de una historia llena de esperanza”, de que se acabara la violencia en su país, en referencia a la banda armada ETA.

Como ya es común en los conciertos la puesta visual no faltó en este, cuando para el tema Las noches que no mueren al fondo del escenario una pantalla proyectaba imágenes en blanco y negro del manillar de una bicicleta y paisajes que pasaban a velocidad, que daba la impresión de que el espectador miraba por la ventana de un tren.

Uno de los momentos más íntimos fue cuando el grupo interpretó Rosas y Leire colocó por un momento el micrófono de frente a los espectadores para que, las aproximadamente 4.000 voces de los presentes, la acompañaran a  cantarlo.

Emocionada por la recepción que tuvo, la artista sacó su cámara y empezó a grabar al público. Una tras otra, las canciones míticas de la banda, pero también las nuevas fueron aplaudidas, interpretadas y bailadas por los asistentes, a quienes no les importó la mezcla de ritmos que saltaban con armonía desde el rock hasta la electrónica.

“Cuando cantamos esta canción siempre ocurre algo nostálgico, no podemos evitar viajar a nuestra tierra Euskadi, a San Sebastián, que tanto queremos, sobre todo, a sus playas”, dijo la intérprete antes de presentar una de las piezas más románticas del grupo La playa.

A mitad del concierto, Leire se cambió de vestuario, falda en colores gris, negro y blanco y blusa larga negra, y junto a sus compañeros se sentó en fila -cada uno en una silla-, para tocar Paloma blanca, que cuenta la historia de un bebé que muere al nacer, otro de los temas sociales que abordan en su último álbum.

Después de repasar durante dos horas las canciones que los catapultaron La Oreja de Van Gogh cerró con tres temas de su último disco el concierto, en el que sus integrantes propusieron un vistazo por ritmos del pasado y los modernos. Aquel espectáculo que dejó algunos con ganas de escuchar más de aquellas melodías que sonaron cuando fueron adolescentes.

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