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Los viejos que no pierden aquella sencillez de barrio

Los viejos que no pierden aquella sencillez de barrio
18 de junio de 2011 - 00:00

Cuando Papo Rosario bajó del bus blanco que el jueves pasado  lo llevó del aeropuerto José Joaquín de Olmedo al hotel Oro Verde preguntó acerca de algún sitio en el que pudiera comer algo típico pasadas las dos de la tarde. El calvo vocalista de El Gran Combo quería pasear por la avenida Nueve de Octubre, deseaba contactarse con la gente “guayaca” porque se siente parte de ella. Tenía pocas horas para descansar, pero igual insistió. Y en la noche conversaba un poco su paseo con el resto de la orquesta puertorriqueña, esa que desde 1962 es conocida como La Universidad de la Salsa.

Papo, Rafael Ithier (el legendario pianista, director y fundador de El Gran Combo) y compañía llegaron al Centro de Convenciones Simón Bolívar a las diez de la noche en el mismo bus del hotel. Arribaron  casi inadvertidos por el bullicio que a esa hora armaba la orquesta que acompañaba al panameño Gabino Pampini, quien vestido de blanco entonaba “Cuerpo de guitarra”, “Una noche más”, “Amor secreto”, “Mi vecina”, y otras melodías que terminaban con un rasposo “gracias a la gente que aplaude” que salía de su garganta. Pampini, al igual que Papo Rosario, se identificaba como un hombre de pueblo ante su gente, esa que desde antes de las nueve de la noche se tambaleaba por los efectos de (quién sabe cuántas) cervezas.

El Gran Combo se relajaba (o más bien se concentraba) en una sala muy cercana al escenario que los organizadores levantaron en la explanada del Centro de Convenciones, mientras Pampini se despedía y le daba paso al colombiano Hansel Camacho, otro tipo sin poses, que al final de su show se dio tiempito para tomarse algunos traguitos con quienes se lo ofrecían. Abrazaba a sus fans como si fueran sus panas de toda la vida, apenas separados por una valla.   Camacho se mostraba como un hombre  accesible,  de barrio (se crió en La Yesquita de Quibdo,  departamento de Chocó que algún día soñó convertirse en futbolista).

Mientras Camacho, quien cantó “Fidelidad”, “A pesar de la distancia”, “Verdades”, atendía a su improvisada gallada, Charlie Aponte, de El Gran Combo, agitaba los brazos y piernas en la sala VIP. El bigotón cantante de La Univerdad de la Salsa  giraba su cintura de izquierda a derecha. Las de Charlie eran rutinas semejantes a las de los aérobicos, mientras Ithier conversaba amenamente sobre un afelpado sofá café.

Papo paseaba cerca de la tarima junto con el timbalero Quique Santos, con la manos dentro de sus bolsillos para lidiar con la brisa nocturna y se tomaba fotos con quienes se lo pedían. De eso se percató el percusionista Richie Bastar, quien llamó al fotógrafo para pedirle que le regalara algunas de sus tomas a su dirección electrónica. Tomó una libreta y con su mano izquierda escribió su correo para llevarse un recuerdo más de Ecuador.

A las once y cuarto de la noche los músicos de El Gran Combo salieron de la sala y se dirigieron hacia el escenario que estaba a unos 20 metros. En el camino se toparon con los músicos de la orquesta que acompañó a Pampini y Camacho. Con un apretón de manos se desearon lo mejor e intercambiaron elogios.

Una escalera de diez peldaños terminó el recorrido de los salseros boricuas, que “empezaron su cátedra” con “La muerte” y “Sin salsa no hay paraíso” en las que el cenizo Jerry Rivas y el bigotón Charlie se alternaron el micrófono. 

Con ese par de melodías, Ithier, quien a sus 84 años derrocha la vitalidad de un veinteañero, aprovechó para “tomar lección a sus alumnos” con varita en mano.

-Si hay alguien que quiera cantar acá arriba, puede subir, pero solo uno. A ver, ¿cuál quieren? ¿“Trampolín”?, ¿“Arroz con habichuela”?, “A ver, ¿Cuál se saben?”- decía Ithier, quien lucía camisa negra con estampados blancos para diferenciarse del resto de la orquesta que vestía con los tonos a la inversa.

- Aquí estamos para complacerlos. Para cantarles lo que a ustedes les dé la gana. Pidan lo que quieran, pero pidan o si no haremos lo que nos da la gana- bromeaba el viejo Rafael con un tono áspero de voz.

“Arroz con habichuela”  y “El aguacero” fueron las siguientes con Charlie al mando del micrófono, mientras Jerry y Papo caminaban a los extremos de la tarima.

Ambos regresaron al centro y le dieron la vuelta a Charly como si fuese su pareja de baile. Y, claro, el bigotón cantante no se quedó atrás porque también volteó a sus cómplices desde hace más de 30 años.

Las coreografías de estos sesentones salseros son parte del espectáculo. Patean al aire, y hasta adoptan poses semejantes a la grulla del filme Karate Kid (y eso que en su catálogo faltó “Ojos chinos” en la que juntan sus manos y caminan como orientales milenarios).

“Ámame”, la solicitada “Trampolín” y la abolerada “Salomé” continuaron con el repertorio preparado por El Gran Combo para esa noche. Para esta última Willy Sotelo desató su descarga de piano.

Con “La fiesta de Pilito” y su clásico coro: a comer pastel/ a comer lechón / arroz con canturry/ y a beber ron / que venga morcilla/ venga de toooo...  La Universidad de la Salsa amagó con irse. Solo quedaba “Un verano en Nueva York” y su conocido intro: “Si te quieres divertir...” con la que Richie Bastar le daba rienda suelta a sus palmas. A mano pelada descargaba sobre los bongós, mientras el pana que cosechó un par de horas antes, disparaba flashes sobre él. A la una y cuarto de la mañana ya no había más “cátedra”. “Me liberé”, “Ojos chinos”, “Se nos perdió el amor”, “Brujería” “Carbonerito” y un montón más que forman parte de sus 50 discos quedaron pendientes para otra clase.

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