Los ilusionistas conduce a filmes sobre persecuciones e ilícitos
Bastante se ha dicho acerca de la magia del cine. A estas alturas resulta un amable cliché, precisamente porque más que magia prevalece la trascendencia del viaje, la posibilidad de internarse en zonas que en la vida común serían difíciles o casi imposibles de explorar, de contemplar.
He ahí también la experiencia ‘mágica’ que vive el espectador. De todas formas, cuando la otra magia y el ilusionismo ‘se comen’ la pantalla y se despliegan en exceso, peculiarmente se disipa el acto del deleite, del viaje mismo.
Desde Harry Houdini… pasando por Copperfield… hasta llegar a David Blaine (por nombrar lo más mainstream), han otorgado para el molde de varias historias de este calibre. El ‘engaño’, ciertamente la piedra basal del ilusionismo, se ha vislumbrado en el cine en títulos como ‘Houdini’ (1953) con Tony Curtis, ‘The Illusionist’ (2006) con Edward Norton o ‘Death defying acts’ (2007) -no cabe duda de la variedad en el catálogo dedicado a esta esfera-.
De esta manera, no fue la excepción que ‘Los ilusionistas’ (‘Now you see me’, su título original), la última entrega del francés Louis Leterrier (‘Transporter’, ‘The incredible Hulk’), expandiera estos recursos, eso sí, a escenarios más encendidos visualmente, volviendo el resultado final en un berrinche colorido que deambula particularmente entre Las Vegas, Nueva York y Francia.
Cuatro magos, un mecenas de dudosa reputación, un experimentado mago con ánimos de ‘quebrar la magia’, un jefe del FBI y su nueva asistente -la detective que proviene desde las filas de la Interpol-, configuran esta historia de suspenso y thriller, que coexiste con su dosis de acción.
Cuatro magos bautizados como The four horsemen (Los cuatro jinetes), y dirigidos por Daniel Atlas (Jesse Eisenberg, el mismo de ‘La Red Social’), recuerdan por su composición numérica a ‘The fantastic four’; aunque rozan esa dualidad de héroe-villano, a diferencia de la benevolencia arrojada por los superhéroes.
Son cuatro personalidades que también juegan con el rol de Robin Hood: la presentación inicial en el auditorio de Las Vegas, que más tiene pinta de un show televisado de alta sintonía, y el acto de desenmascarar al benefactor, son muestras para que la ciudadanía declare su fervor, pese a los ilícitos cometidos por el cuarteto que los tiene en pie de guerra con el FBI y el jefe del caso, Dylan Hobbs (interpretado por Mark Ruffalo), con el que se acentúa la rivalidad y la competencia.
La persecución es el acto que predomina en esta entrega -no todo se torna, si se habla de ritmo o ‘velocidad’, como en ‘Catch me if you can’ (‘Atrápame si puedes’), de Steven Spielberg, con Leonardo DiCaprio como intérprete del estafador Frank Abagnalle-.
No obstante, otras dimensiones, en ningún sentido secundarias, prevalecen: la traición, el oportunismo, el doble juego y los ajustes de cuentas brindan cierta consistencia.
Podría haberse exacerbado el facilismo de la historia de amor -que se encuentra en un caso un tanto más integrado, mejor dicho, en vías de ‘alinearse’, que en el otro-, pero su dosificación fue un aporte. Incluso hay ciertos atisbos que conectan con ‘Ocean’s eleven’ (‘La gran estafa’), de Steven Soderbergh, y no únicamente por la atmósfera que caracteriza a Las Vegas. La cacería no se somete exclusivamente al estado físico, sino que al mental, aplicado a la inteligencia: quién maniobra con más astucia y rapidez, quién desacredita primero… El estado de sosiego no tiene cabida en este mapa.
‘Los ilusionistas’ se dota asimismo de una factura audiovisual inquieta, como el ánimo de sus protagonistas, sacando partido tanto a las postales de las ciudades presentes en la historia como a los efectos que envuelven y definen los actos de magia de ‘Los cuatro jinetes’.
Es indudable, que en este último recurso, se sostiene significativamente la cinta, además del reparto que contempla a Morgan Freeman, Woody Harrelson y Michael Caine, comodines o pretextos para esta ocasión. Así y todo, ‘Los ilusionistas’, no reposa en la linealidad cuando se habla de las figuras del cazador y el fugitivo, puesto que no olvida la regla primera de la magia: ‘Nada es lo que parece’.