En 1989, a su madre la sentaron en un banquillo por no declarar sus ingresos a Hacienda. Hace unos días, la mayor de las hijas de Lola Flores optó por acomodarse en la butaca de un plató de televisión, en concreto el del programa ‘El gran debate’, de la cadena Telecinco, para -entre otras cosas- hablar de fraude fiscal y pedir a esa Hacienda que somos todos “que deje de hacer públicas las deudas de los famosos”. Con esta frase desató la polémica.

Los últimos tiempos han sido muy complicados para Lolita Flores; ahora la artista vuelve a trabajar en el teatro, concretamente en la comedia ‘Sofocos’, a la que también se ha incorporado Loles León.

Pero su economía no vive sus mejores tiempos y su horizonte laboral no está lo suficientemente despejado. “Por suerte, en este papel mi edad no ha sido un impedimento ya que la obra trata de la menopausia. Pero es que a los 55 años nadie te quiere para trabajar, ni siquiera para llevarte a un programa de música”, se queja Lolita.

El “enfrentamiento” entre Lola Flores y el ministro de Economía y Hacienda de la época, Carlos Solchaga, se cerró con una sentencia dictada en 1991 por un Tribunal Supremo en la que se condenaba a ‘La Faraona’ a pagar 28 millones de pesetas, cuando el fraude estimado por Hacienda alcanzaba los 47 millones. “Yo no sabía que tenía que hacer esas declaraciones, siempre pensé que me avisarían”, argumentó en su día Lola Flores cuando le preguntaban por qué estuvo varios años sin presentar la declaración de sus ingresos en Hacienda.

Aquella condena fue algo que la familia Flores se “comió” con mucha rabia, de puertas adentro. “Mi madre no defraudó, no era algo que lo hiciera a conciencia. Fue un error y la utilizaron como cabeza de turco”, insiste Lolita. Ella también se ha sentido así, mediáticamente hablando, tras protagonizar una polémica batalla judicial con los acreedores que la llevaron hasta los tribunales tras el cierre de su negocio de moda.

Locura emprendedora

Hay que recordar que Lolita, en un momento de locura emprendedora, decidió lanzarse como empresaria en el sector textil y abrió varias tiendas de ropa en las que vendía ropa y accesorios, sobre todo camisetas con algunas frases muy flamencas (‘Si me queréi... irseeee!’, rezaba una de ellas, recordando su accidentada boda con Guillermo Furiase en 1983). Las cuentas no salieron, las ventas no funcionaron y al final Lolita tuvo que acabar con ese sueño y dejarse de negocios.

Pero el mayor problema llegó cuando, después de que sus proveedores le reclamaran saldar su deuda por vía judicial, hace un año fue condenada en primera instancia a pagar 31.359 euros. Los demandantes no solo la llevaron a los juzgados, sino que también aprovecharon su tirón popular para denunciarla en los medios de comunicación y hasta acudir a algunos platós de televisión.

Y eso fue lo que más le dolió. Que toda España se enterara de su fracaso y del agujero económico al que debía de hacer frente. “Llevo trabajando desde los 16 años y hoy lo único que tengo es una hipoteca millonaria por mi casa”, lamenta la cantante. Y es verdad. Tras quedarse huérfanas y sin su hermano Antonio Flores, Lolita y Rosario decidieron repartirse la herencia que consistía, sobre todo, en el chalet de La Moraleja, ‘El Lerele’, donde vivieron sus mejores años en familia, ya que la casa de Marbella directamente se perdió en el camino.

Rosario llegó a un acuerdo con su hermana y decidió comprarle su parte. Con ese dinero y muchos recuerdos de la familia, como cuadros, muebles y fotografías, Lolita adquirió un chalet adosado en el Soto de La Moraleja donde vive con su actual marido, el actor cubano Pablo Durán, y su hijo. Justamente esa propiedad recibió una orden de embargo por una multa de 7.000 euros a la que la cantante tenía que hacer frente como pago de las costas de la demanda que presentó, y perdió, contra una periodista por los comentarios realizados en el programa ‘Hormigas blancas’.

Hoy, Lolita es consciente de la tremenda situación económica que atraviesa España y de lo difícil que está el mercado. “En su día nos animaron a comprar casas que hoy no valen ni la mitad de lo que pagamos”, afirma.

Seguramente no sirva como excusa, pero sí es una manera de consolarse e identificarse con tantos otros que en la borrachera del éxito pensaron que la dicha iba a ser para toda la vida y hoy están abrumados al no poder mantener todo lo que poseen.